La Francia del corazón crístico femenino – 1ªparte

El llamado de las tierras sureñas de Francia ha estado presente en mí de una forma muy profunda desde que hace ocho años comencé a sentir en mi vida la presencia amorosa de la maestra María Magdalena. En 2019, el Cielo me brindó la oportunidad de hacer un corto e intenso viaje de cuatro días a la Provence y Occitania guiando a un grupo, pero ha sido ahora, en el mes de mayo, cuando la energía de la Madre Divina resplandece en las flores, cuando he podido responder a esa llamada del alma en forma de verdadero peregrinaje y adentrarme en conciencia en el lugar de Europa que encarna el corazón crístico femenino.

Ha sido este un peregrinaje de duplas. Mi llama gemela y yo, y otra pareja de seres en misión, emprendimos este camino de integración de conciencia a través, también, de la relación vincular. Durante los siete días en los que transitamos las tierras galas, quisimos caminar de a dos, tal y como hicieron María Magdalena y Yeshua, y recoger así los códigos de amor incondicional que sembraron, como iguales en misión, durante su paso por el sur de Francia.

La Camarga y la luz de Saintes Maries de la Mer

Nos adentramos en Francia por la frontera catalana, en un recorrido inverso al que realizaron los cátaros en su exilio (su camino a través de la cadena montañosa de los Pirineos es llamado el Camino Els Bons Hommes). Tras cruzar la Junquera, la hermosa silueta de estas misteriosas montañas nos sorprendía a la izquierda. En poco más de una hora una señal nos advertía: “Está entrando en país cátaro”. A nuestra derecha, las primeras marismas nos indican que esta es una zona donde trabajar con el agua interna. Pero el viento también está muy presente. Azota fuerte y con rachas intensas. El elemental del viento nos recuerda que la labor a realizar requiere de mucha profundidad.

Caen los últimos rayos de sol cuando llegamos a la Camarga. La luz es de un bello naranja y la energía se siente suave. Justo antes de entrar en el pueblo donde nos alojamos, Saint Gilles (lugar de peregrinación desde la Edad Media), en el departamento del Gard, un audaz zorro cruza la carretera delante de nosotros. Primera señal de guía y protección para nuestro camino.

Aterdecer en La Camarga.
Atardecer en La Camarga.

Despierto a la mañana siguiente con deseos de transcribir todo lo que llevo recibiendo desde la noche y que hace alusión a la llegada a esta zona, hace más de dos mil años, de la comitiva nazarena encabezada por María Magdalena que huía de Galilea por la persecución romana:

“Todas somos, y en todas estamos siendo. Al llegar traes contigo los ecos de aquellos tiempos y nos recuerdas que, antes de hermanas, fuimos familia.

Cuando arribamos a este puerto, sentimos caer en un abismo de silencio muerto. Nacimos de nuevo. Y para ampliar los horizontes del que era ya, hacía mucho, nuestro Camino, sanamos con fervor el abismo y andamos a buscar dónde beber el agua suave y salvaje de los nuevos tiempos.

Con el paso de los días nos apaciguamos y vimos que todo aquí podía ser consagrado al amor. El que vino primero (Yeshua) nos dejó marcadas unas coordenadas a seguir: no mucho tiempo en cada lugar, sí mucho caminar, de a dos o de a más, nunca solos, creando y armando la nueva comunidad.

El viento que hoy sientes en tu rostro te ayuda a recordar que somos luz y aire, y esa es la forma de arrullar: primero con rayos y luego con sonido reparador. Con oleadas de elementos te aferras a la Tierra.

Y esa que sientes es la de la mujer arrolladora que la que trajo a este gran mar, a esta orilla del gran mar, la fe en que todos somos dignos, somos portadores de la paz universal.

Las hermanas de esta Comunidad”.

Saintes Maries de la Mer fue el puerto de llegada de la comunidad de hermanos y hermanas nazarenos-esenios, y no por casualidad. Ya en el siglo primero albergaba templos egipcios y de culto a la diosa, y varias familias esenias habían creado pequeñas aldeas en el interior.

Nos dirigimos con ansia hacia esta pequeña localidad de la Camarga francesa que, durante el mes de mayo, es un hervidero de gente. Cada 24 de mayo, lugareños y personas de raza gitana llegadas de toda Europa celebran a su patrona, Santa Sarah, pero semanas antes ya se van ocupando los aparcamientos y espacios libres con caravanas y auténticos carromatos gitanos sacados de otra época.

Avenida marítima en Saintes Maries de La Mer.
Carromatos gitanos.

Saintes Maries de la Mer es lugar de peregrinación para todos aquellos que seguimos las huellas de María Magdalena y transitamos el Camino del Amor, pero en ella, durante el mes de mayo, todo hace referencia a Sarah.

La imagen de una joven doncella de tez morena es venerada en la cripta de la Iglesia que lleva el nombre de las santas Marías, las Marías que llegaron a la zona de las marismas que rodean Marsella hace un poquito más de dos mil años: María Salomé, María Jacobea y María Magdalena. El templo, construido en los siglos IX, X y XII, está dedicado a las santas cuyas reliquias guarda, María Salomé y María Jacobea, las cuales quedaron en predicando y sanando en la zona, mientras el resto de la comunidad cristiana que salió de Palestina tras la crucifixión de Yeshua se repartió por otros lugares.

Iglesia de Saintes Maries.

Para encontrar a Sarah hay que bajar unas pequeñas escaleras situadas justo delante del altar que se eleva sobre el resto de la planta. Allí, en la cripta donde se reza a la patrona de los gitanos, la energía es más densa. Las ofrendas y las velas iluminan tenuemente a la doncella adornada con mantos que se superponen haciendo que solo una pequeña carita negra con corona sobresalga.

Me acerqué a abrazar a Sarah, a la Sarah que se adora como a la princesa de los gitanos, pero también a Sarah La Khali, la joven sabia, alquimista, sanadora y astróloga que viajó con María Magdalena desde Egipto en aquella sencilla barca que los trajo al exilio desde Galilea y Judea. Y abracé también a Sarah Tamar, la hija perfecta de María Magdalena y Yeshua. Porque esa figura de madera oscura las sincretiza a todas, y porque todas son una representación del Divino Femenino y es esa energía femenina la que rezuma el templo.

Cripta de Santa Sarah.
Frente a la entrada de la cripta.

Allí, sentada frente a la entrada de la cripta, es esto lo que recibo:

“En esta cripta no ves a esa niña pequeña (Sarah Tamar), pero sientes la energía femenina de la doncella, y tanto fervor es a su capacidad de sanación y de trasmitir esperanza. El amor a Sarah es el amor a la ilusión de un nuevo mundo. Ella es la simiente de la esperanza.

Salomé y María Jacobea”.

Son muchas las personas, mujeres especialmente, que oran ante Santa Sarah, pidiendo quedar embarazadas (el culto a las imágenes negras está asociado, desde tiempos remotos, con la fertilidad). Hay ofrendas y placas de agradecimiento por los favores concedidos en cada rincón de la cripta, y es esa frecuencia de sufrimiento la que se percibe claramente, pero, por encima, lo que prevalece es la luz de la esperanza que Sarah deja en cada corazón.

Hermosa doncella negra. Te honramos.

Pero en la iglesia de las Saintes Maries el protagonismo no es único de Sarah. María Magdalena, María Salomé y María Jacobea están muy presentes en todo el templo. Hay una representación de la barca en la que llegaron las santas patronas del pueblo, cuyas reliquias se guardan en una oquedad sobre el altar que preside todo el edificio. Sobre la barca, un enorme cuadro refleja a una imponente María Magdalena con su tarro de alabastro.

Hay mucho trasiego en la iglesia, así que para encontrar una energía más serena hay que subir las escaleras que llevan al sencillo altar donde una pila de cobre se sitúa delante de un pilar con símbolos gnósticos. Allí la frecuencia es totalmente diferente.

María Magdalena sobre la barca de Salomé y María Xacobea.
Altar superior.

Salir de la iglesia es adentrarse en el bullicio de las estrechas calles con tiendas, restaurantes y terrazas que hacen las delicias de los turistas. No hay que caminar mucho para alcanzar las pequeñas y bonitas playas, ahora desiertas por la fresca temperatura. Es el ambiente perfecto para realizar nuestro sencillo ritual cátaro de bendición de las aguas. Nos adentramos un poquito para sentir el frío en nuestro cuerpo e integrar vívidamente los códigos de inicio del nuevo mundo que portan.

El agradecimiento y la felicidad nos inundó a mi amada hermana mayor y a mí. El agua es el elemento femenino por excelencia, y su capacidad de dar vida es la que nos une a ella como mujeres conscientes. Todo es armonía tras sentir a la Madre Divina en este pueblo de las Marías.

«Madre Divina bendice estas aguas».

La fiesta y la aglomeración por la celebración de Santa Sarah no nos pilló en el pueblo por poquito. Ese mismo día nos acercamos a Aigues Mortes, la pintoresca ciudad amurallada en el flanco occidental del delta del Ródano, también ligada a la peregrinación hacia Santiago de Compostela, y donde, además de la huella de María Magdalena, se siente muy presente la energía de los templarios. Aigues Mortes fue el puerto desde que se embarcaron los cruzados en el siglo XIII, del que datan sus murallas. El laureado Luis IX, rey de Francia, hijo de Blanca de Castilla, fundó la ciudad, y recibió la cruz que él y sus caballeros llevarían a las cruzadas en el hermoso templo de la misma.

En la iglesia de Notre Dame des Sablons ya la luz te transporta a otro estado de conciencia. La flor de lis, emblema de la casa real francesa, y símbolo de la descendencia de María Magdalena y Yeshua que entroncaría con los francos para crear la dinastía merovingia, está por todas partes: junto a Juana de Arco (abanderada de Jesús y María (Magdalena), junto a las reliquias de Saint Louis…

Pero es la bonita energía femenina de esta iglesia templaria la que predomina al caminar entre sus paredes de piedra. Santa Anna, una figura de mujer embarazada y la misma Nuestra Dama de los Sables remarcan esa frecuencia en la adusta construcción. Fue un gran placer para los sentidos recorrer el edifico, cuyas modernas vidrieras, confeccionadas por un artista consciente con los colores de los siete rayos, te mantiene en elevación constante.

Iglesia de Aigues Mortes.
Notre Dame des Sablons.

El paseo por las calles de Aigues Mortes también es placentero. Los jardines florecidos en mayo proporcionan más encanto a sus calles que, como guinda, estaban decoradas con grandes mariposas de colores.

Por fin, el sur de Francia (1)

Siempre había leído, y también escuchado, que, cuando sigues lo que consideras el propósito de tu alma, el motivo superior de tu encarnación, todo en el Universo se coloca para que alcances ese propósito. Esta esperanza, que he llevado unida a mi deambular por esta vida desde que a los 17 años comencé mi camino espiritual, se ha hecho tangible en varias ocasiones, pero, quizás, la más visible a mis ojos y, la más indudablemente real para mi corazón, ha tomado forma este mes de junio. Durante cuatro intensos y maravillosos días he viajado por los lugares sagrados del sur de Francia donde, hace 2.000 años, María Magdalena dejó impresa su huella, la energía crística de la que era depositaria.

Macizo de Sainte Baume, sur de Francia.

El pueblo de Saint Maximin donde se veneran sus supuestas reliquias, la gruta de Sainte Baume donde estuvo un tiempo refugiada, la playa de Saintes Maries de la Mer, adonde llegó acompañada del resto de Marías y nazarenos, la localidad de Rennes Le Chateau, donde todo es un misterio relacionado con ella y su linaje; han formado parte de mis estudios e investigaciones durante los últimos cinco años. Así que, estar allí físicamente, y no solo mentalmente, ha sido más que un sueño cumplido, ha sido una bendición del Cielo, un hermoso regalo por continuar el camino marcado por mi alma. Y ese es el camino hacia Magdalena.

Sé de muchas mujeres, y hombres, que, como yo, trabajan con ella, con la maestra ascendida María Magdalena, y que, como yo, han sido convocadas a su encuentro. Todas, tarde o temprano, acabamos visitando los lugares de Europa en los que predicó, tras su partida de Alejandría, donde primeramente recaló tras la partida de su compañero y amado, Jeshua. Vamos siguiendo su rastro, su estela de amor, de luz y sabiduría, con la intención de acercarnos más a ella, de recordar más fielmente quiénes somos y por qué estamos en esta misión.

En 2018, surgió una primera oportunidad de viajar al Languedoc y la Provenza, pero no era el momento, ni eran las personas con las que debía realizar un viaje así de mágico. Me entristecí por las circunstancias que rodearon la imposibilidad de ese deseado acontecimiento, pero María Magdalena me aseguró en ese momento que iría (yo lo veía casi como un imposible), que iría de su mano y que conmigo marcharían “los puros de corazón”, “al encuentro de las llamas gemelas”, y “solo con el corazón y la humildad, sin pretensiones de más que las de hallarnos”.

Cuatro meses después de recibir ese mensaje, se me presentó la ocasión. Me la brindaron tres seres de luz que trabajan al servicio de los demás desde hace muchos años en una preciosa herboristería de Albacete, de nombre Azahar. Después de impartir allí el taller Magdalena y Jesús: Amor Sagrado me invitaron a guiar el viaje que estaban organizando por el sur de Francia. Lo sentí como un gran regalo, como una señal de que estaba cumpliendo con el propósito de mi alma, y, por supuesto, acepté encantada, con mucha emoción, y con los nervios propios de tal responsabilidad.

El 20 de junio, un heterogéneo grupo de 24 personas, todas y cada una siguiendo una motivación personal y única, iniciamos la ruta hacia Magdalena desde la estación de trenes de Albacete. Y ahí dio comienzo una extraña aventura. Salíamos en autobús en dirección al aeropuerto de Madrid para tomar un avión rumbo a Marsella.

Todos juntos en el último día del viaje.

Íbamos emocionados, felices y excitados ante lo que teníamos por delante, así que, cuando a falta de unos 40 kilómetros para llegar al aeropuerto, se paró el autobús en Villarobledo, no le dimos mucha importancia. Era una avería seria, pero confiábamos en llegar a tiempo. Solo tenían que mandar otro autobús y listo. Pasaban los minutos inexorablemente. No había solución para la avería, y no llegaba el autobús de repuesto. No había suficientes taxis en el municipio para llevarnos a todos. Llegamos a pensar que perderíamos el vuelo, con lo cual tendríamos que trasladarnos hasta Marsella vía carretera y perder todo el día. Aun así, no cundió el desánimo. Había, más bien, sorpresa y un gran interrogante: ¿Por qué se nos ponía un obstáculo tan grande justo al inicio del camino?

Casi “in extremis”, llegó el segundo autobús. Nos quedaban 35 minutos para llegar a Barajas. También “in extremis” alcanzamos el vuelo, después de equivocarnos de terminal, correr exhaustos de la uno a la dos, pasar el control a toda velocidad, ante la estupefacción de los agentes, y pasarnos la puerta de embarque en varias ocasiones. Cuando nos sentamos en los asientos del avión, no dábamos crédito. El vuelo salía con retraso y eso nos permitió tomarlo. Visualizarnos bajando del avión en Marsella, con cara de felicidad y alivio, nos ayudó sin duda, y fue, exactamente lo que ocurrió. Gracias Estefanía por proponer esta práctica, y gracias a todos por no entrar en la vibración negativa y de queja.

Puse el pie en tierra francesa y me agaché a besarla. Detrás de mí, el ángel que me había llevado hasta allí, Alicia, hizo lo mismo. A la región de Marsella había llegado, dos mil años atrás, María Magdalena, en barca y con las personas más íntimas a su corazón. Nosotras lo hacíamos a través del aire, el elemento de esta era de Acuario que permite la comunicación y desvelamiento a escala mundial de los mensajes ocultos, y con el corazón abierto a integrar la luz de lo Femenino Sagrado que María Magdalena encarna.

Imagen de María Magdalena a la entrada de la Hostelería de Sainte Baume.

La primera parada era la hospedería de Sainte Baume, donde pasaríamos la primera de las cuatro noches. Otro autobús sería nuestro medio de transporte durante el viaje. A sus mandos, Juan, de Albacete para el mundo, el mejor chofer que nos podría proporcionar el Cielo. Con él, nos dirigimos, montaña arriba, y por una vía estrecha que dejaba al lado derecho unos considerables barrancos, hasta la hospedería de los dominicos, en la base del macizo de Sainte Baume. Llegamos con el tiempo justo de apreciar el hermoso paisaje, recoger las llaves de las habitaciones, y deshacer el camino para bajar hasta Saint Maximin. La visita a la gruta del “santo bálsamo”, en referencia al ungüento de María Magdalena quedaría para la mañana siguiente.

Hostelería de Sainte Baume regida por frailes dominicos.

Saint Maximin, a treinta minutos por carretera, era el núcleo poblacional más cercano a la montaña en cuya gruta encontró refugio María Magdalena de la persecución a los seguidores del nazareno.

Afirma la tradición de la zona, que poco antes de su muerte, Magdalena fue trasladada al convento de Saint Maximin, donde recibió los últimos sacramentos y fue enterrada por el que era su íntimo amigo y primera autoridad cristiana de la comarca. Maximin había viajado con ella desde Judea y era su protector y confidente.

Los restos de la amada de Jeshua y líder de su iglesia del amor se mantuvieron en el convento hasta el año 716, cuando, ante la incursión de los musulmanes, se resolvió ocultar aquel tesoro, y más tarde, en el 745, enviarlos a Vézelay, en la borgoña francesa. Mantienen, ambas localidades, una pugna por las reliquias de Magdalena. En Saint Maximin dicen que las verdaderas son las que se encuentran en la cripta de su iglesia gótica, cuya obra comenzó en 1295, impulsada por Carlos II de Anjou, que 16 años antes dijo haber tenido una revelación de la mismísima Magdalena en la que le indicaba donde estaban sus huesos.

Fachada de la Iglesia de María Magdalena, en Saint Maximin.

Hasta allí nos encaminamos. La Iglesia de María Magdalena nos recibió, en una tarde calurosa y festiva, casi vacía. Ya casi era la hora del cierre (de nuevo, el tiempo jugaba en contra). En el lateral izquierdo, justo a la entrada, hicimos la apertura del viaje, todos en círculo y con la energía de la Maestra flotando a nuestro alrededor. No recuerdo las palabras que utilicé (normalmente nunca recuerdo lo que sale de mi corazón en las invocaciones y rituales), pero sí que tengo muy presente las que ella me susurró: “Bienvenidos a mi casa. Esperando para activar la rosa de vuestros corazones”. Me embargó la emoción y sonreí, porque estaba allí; independientemente de que la calavera que hay en la cripta de la iglesia sea suya o no, su energía sí que se sentía.

Nos movimos con independencia dentro del templo. Apenas había tiempo para nada, porque el sacerdote nos empezó a echar casi de inmediato (en Francia, la mayoría de templos cierran a las 19,30 horas pese a ser verano y haber bastante luz). La visita obligada era a la cripta donde se conserva el supuesto cráneo de María Magdalena, enmarcado en oro, y tras una verja iluminado por potentes focos. Particularmente, dudo de que sea suyo, a pesar de que esté flanqueado por el sepulcro de alabastro en cuyo interior se halló, allá en 1279, una tabilla de madera con la inscripción que rezaba: “Aquí yacen los restos de María Magdalena”.

Altar ante la supuesta calavera de María Magdalena, en la cripta de la Iglesia.

Lo más bello de este rincón es la estatua de Magdalena que hay justo a la entrada de la cripta: sencilla, con las manos entrelazadas, una hermosa mujer ante su tarro de alabastro.

Estatua de María Magdalena frente a la cripta.

Del resto de la iglesia, destaca el vitral principal. Debajo de una imponente cúpula, una gran paloma blanca, la Shekinah, el principio femenino, la conexión con el espíritu divino. Los cátaros confiaban en que el resurgimiento de los hombres nuevos ocurriera con el regreso de la paloma, María Magdalena, el Femenino Sagrado.

Cúpula de la Iglesia de Saint Maximin.
Gran paloma en el altar principal.

No pasaron desapercibidas para mí dos imágenes muy relacionadas con la misión de Magdalena: la de Juana de Arco y la de Teresa de Jesús. Ambas fueron mujeres que cumplieron con el propósito divino de trasmitir las enseñanzas verdaderas de Jesús y Magdalena. Ambas elevaron a la Humanidad al transmitir el Camino del Amor.

Todo el que llega a Saint Maximin lo hace guiado por la leyenda de María Magdalena. Un recorrido por las estrechas calles del barrio judío medieval y por sus recoletas plazas es suficiente, después de haber estado en la bonita basílica que se promociona como el lugar donde se encuentra “la tercera tumba más importante de la Cristiandad”.

Panel donde se informa de que aquí se encuentra la tercera tumba más importante de la Cristiandad.

De vuelta de nuevo a la hospedería, un establecimiento regido por la orden de los dominicos, decidimos aventurarnos en el bosque que la rodea ya entrada la noche. Estar a oscuras en plena naturaleza fue un ejercicio de mucha apertura. Sentir a los seres del bosque, a sus elementales, fue mágico, y con esa sensación nos fuimos a dormir.

2º DÍA: SAINTE BAUME Y SAINTES MARIES DE LA MER

La gruta de María Magdalena nos esperaba y nos apresuramos a bajar a desayunar bien temprano. Pero hete aquí que los frailes no madrugaban tanto, y hasta las ocho y cuarto no abrieron las puertas del comedor para el desayuno.

La escena fue un tanto surrealista. Dos dominicos flanqueados por dos chicas jóvenes se situaron a la cabeza de las mesas donde se ubicaba un exiguo desayuno, y con cara atónita, y un tanto mal humorada, observaban al grupo como si fuéramos una manada de animales. No tocaron nada de las mesas hasta que terminamos de servirnos. A cada pregunta nuestra, respondieron con una tajante indicación.

No vislumbré una sonrisa ni un gesto amable en ningún momento, así que me entristecí ante la “bienvenida” de unos frailes que están llamados a predicar el amor. Pero lo más triste, en lo referente a los dominicos, estaba por llegar.

Antes de iniciar el ascenso por el camino más cercano a la Hostelería.

Comenzamos a subir el camino que ascendía hasta la gruta de Sainte Baume con bastante retraso debido a la dilación en el desayuno. Lo hicimos en silencio y con atención plena para sentir la hermosa energía del bosque sagrado que nos rodeaba. Hayas, robles y tejos milenarios, de una dimensiones irreales, jalonan el sendero. Yo imaginaba a María Magdalena y a sus sacerdotisas recorriendo ese bosque, lugar donde se celebraban rituales desde los tiempos en los que estaba dedicado a la diosa Artemisa, y sonreía ante la belleza de la escena imaginaria. Allí compartía sus conocimientos con las jóvenes que iban a visitarla y llevarle alimentos, hablaba del amor y de la compasión, preparaba los aceites y ungüentos con las plantas que crecían en el bosque…

En silencio interior para impregnarnos de la energía del bosque sagrado.

Parábamos ocasionalmente para recoger una flor, una piedra que nos llamaba o una ramita, pero no nos reunimos hasta alcanzar la fuente que se halla a mitad del Camino Real, así llamado por ser utilizado por los reyes de Francia en su peregrinación hasta la Santa, durante la Edad Media. “La Source de Nans” es una fuente de agua viva, y allí, con el agua sagrada de la vida, bebimos para renacer como nuevas almas que pueden regresar al hogar. Fueron instantes de purificación y alegría para el alma y para el corazón.

Ritual en la fuente sagrada «Le Source de Nans».

Reiniciamos el ascenso con tanta energía que equivocamos el camino. De repente, empezó a hacerse más inclinado, más rocoso, más escarpado. El sol ya estaba alto y el calor dificultaba la tarea aún más. Al preguntar a un montañero que bajaba, nos dimos cuenta que esa no era la dirección a la gruta. Pero estábamos allí. Algo nos había guiado hasta la cima de la montaña, desde donde, casi sin aliento, nos maravillamos con el paisaje que se extendía bajo nosotros.

Panorámica desde la cima de la cueva de Sainte Baume.

Teníamos que alcanzar la gruta. Era nuestro principal objetivo, el lugar más importante de aquel viaje. Volvimos al Camino Real que desemboca en las escaleras que terminan en la puerta de entrada a la gruta. Un cartel recuerda que antes de los dominicos, el monasterio edificado en torno a la cueva, fue ocupado por los benedictinos y, originalmente, por los casinitas, quienes veneraban a María Magdalena.

Tras pasar el primer arco de entrada, aparecen de frente tres enormes cruces, representando la crucifixión de Jesús. No comprendo el porqué de esta escena en la gruta, salvo, quizás, por el deseo de la Iglesia católica de recordar el sufrimiento de María Magdalena ante la cruz.

En la pequeña plazoleta situada ante la puerta de la gruta, una magnífica escultura que muestra a Jesús en los brazos de su madre María y, abrazada a sus pies, una Magdalena que se asimila a la del cuadro de Boticcelli. Hermosa, rodeada de rosales, y dominando todo el valle.

Estatua en la pequeña plaza que da entrada a la gruta.

Una nueva puerta da acceso a la cueva, sagrada ya antes de que la ocupara por un tiempo María Magdalena, porque, como en todas las cuevas, había culto a la diosa. En todos los lugares donde está presente la energía femenina encontraremos elementos comunes: agua, marismas y un antiguo cristal lemuriano con geometría sagrada.

Sabía, por mis estudios previos, que en el interior de la gruta la iglesia católica había consagrado un altar, pero nunca pensé que se hubiese apoderado de tal forma de la cavidad del terreno sagrado de Sainte Baume.

Iglesia en el interior de la gruta de Sainte Baume.

A nosotras, lo que nos interesaba era la presencia de lo Femenino Sagrado en ella, y teníamos cierta prisa por sentarnos a meditar ante la imagen de Magdalena para que nos comunicase las razones de nuestra visita. Así que, obviamos la misa que se celebraba y, en completo silencio, y de forma respetuosa, nos dirigimos al lateral derecho por el que una escalera nos llevaba ante esa imagen.

Agradeciendo a María Magdalena en el interior de la gruta de Sainte Baume.

Ante ella, de nuevo bella y rodeada de paredes por las que el agua fluye lentamente, sentí una gran calma. Saqué mi libreta, y al ritmo de las gotas que caían, comencé a escribir lo que llegaba a mi alma. Ese instante de paz se vio, de pronto, resquebrajado por la voz alterada del párroco que habíamos dejado en la parte superior dando la misa. Gritaba en francés, así que ninguna lo entendía. Estábamos absortas en nuestra meditación y nos parecía una aparición aquel hombre de vestiduras blancas moviendo los brazos como un loco y profiriendo aquellos gritos (al parecer, consideraba una falta de respeto que hubiéramos entrado durante la misa). Lo miré estupefacta, sin inmutarme y seguí escribiendo. Traslado aquí lo que me susurró María Magdalena: “Lo que queda aquí no está en los símbolos. La energía del Amor de Dios-Diosa no tiene dueño ni se viste con hábitos. El silencio es igual de poderoso que el clamor de los corazones que me visitan. Hágase en ellos, en vosotros, la fuerza de la Trinidad, la luz del Amor Trino y la Sabiduría del Eterno que vive en cada uno de vosotros”.

María Magdalena: «Lo que queda aquí no está en los símbolos».

Intenté abstraerme de aquel episodio con el cura para continuar visitando la gruta. Buscaba el manantial de agua a la que se atribuyen muchas curaciones. Lo encontré detrás del altar, en el lateral derecho, rodeado de una verja que, por suerte, dejaba un orificio abierto. Otra verja, también caída, da paso a una cavidad más grande, justo en la parte trasera del altar, donde la energía es muy poderosa. Entré y puse mi frente sobre la roca para impregnarme de ella.

No pude disfrutar más de aquel enclave, tan emblemático para los que hemos sentido la llamada de María Magdalena. Íbamos con mucho retraso sobre el programa del día, y, sinceramente, mi decepción y tristeza ante la apropiación de los dominicos del lugar, me hicieron desear marchar de allí. Ni siquiera sentí el impulso de comprar nada en la tienda de souvenirs.

Puerta de entrada a la gruta de Sainte Baume.

Empecé el descenso a toda marcha, esta vez usando el Camino Real, el principal, por el que me crucé con un grupo de bonitas mujeres vestidas de rojo, con faldas y flores en el pelo. Hermanas sacerdotisas, qué alegría y belleza impondréis sobre el dogma católico de la gruta, pensé. Cuando vuelva, vestiré de rojo, en honor a la diosa, y cantaré a la María Magdalena sacerdotisa, a la compañera y amada de Jeshua, a la maestra del “Amor que no tiene dueño”.

Camino Real que asciende hasta la gruta de María Magdalena.

Durante la tarde nos esperaba otro lugar emblemático, Saintes Maries de la Mer, donde recalaron los barcos que transportaban a las Marías: María Magdalena, María Salomé y María Jacobea; y conocido por ese nombre en homenaje a las sacerdotisas nazarenas. Porque eso eran las Marías: mujeres que traían su sabiduría de los templos de Isis, que tenían conocimientos en sanación, en alquimia, en filosofía y astrología.

Y no llegaron a la zona de las marismas que rodean Marsella por casualidad, sino porque albergaba templos egipcios y esenios, templos en honor a la diosa Diana, junto al cual predicaba María Magdalena.

Nos agradó mucho el ambiente lúdico y un tanto alternativo de Saintes Maries de la Mer, una localidad de veraneo de la Camarga francesa con casitas blancas y de suaves colores y con callejuelas repletas de tiendas. Todas ellas, las callejuelas, desembocaban en la Iglesia de las Saintes Maries, de estilo románico y construida durante los siglos X, XI y XII. Sobre su sencilla puerta, un ancla y un corazón forjados en hierro, primera señal que me deleitó del templo.

Ante la puerta lateral de la Basílica de Saintes Maries de la Mer.

En su interior, mucha luz, simplicidad, y el mayor protagonismo para María Salomé y María Jacobea, representadas en una pequeña barca, cuyas reliquias (descubiertas en el siglo XV) se conservan en una arqueta. La leyenda dice que ambas se quedaron en el pueblo e hicieron brotar agua dulce de manera milagrosa. María Magdalena, pintada en un gran óleo, aparece sobre ellas, con su cabeza mirando hacia abajo, justo hacia sus compañeras.

Cuadro de María Magdalena sobre las imágenes de María Salomé y María Jacobea.

Es en su cripta, hecha en el siglo XV a raíz de la excavación para encontrar las reliquias, donde se celebra el culto a Santa Sara, patrona de los gitanos de todo el mundo, que el 25 de mayo acuden en peregrinación y la homenajean durante tres días. Es esta una imagen negra de la que fuera también compañera de las Marías. Sara La Khali era una mujer muy sabia y versada en medicina, ciencia, astrología y alquimia. Como virgen negra está asociada a la maternidad.

Me encantó el ambiente de devoción que se respira en la cripta de Santa Sara. Velas, ofrendas, pañuelos, flores y rosarios la inundan hasta casi quedar oculta.

Cripta de Santa Sara, Sara La Khali.

Sara, María Salomé y María Jacobea son llevadas en procesión hasta la playa donde aparecieron, y, precisamente, en la playa acabamos nuestra visita a Saintes Maries.

En la playa de Saintes Maries de la Mer, justo la tarde del Solsticio de Verano.

Era la tarde del solsticio de verano, el 21 de junio, y no quisimos desaprovechar la ocasión de purificarnos en el mar, en ese trocito de mar tan especial. Juntas, de la mano, saltamos las olas para limpiar, para soltar, para dejar atrás lo que ya no nos sirve. Esos pocos minutos los sentí como minutos de hermandad, de alegría y de inocente diversión. Qué bonito recuerdo guarda mi corazón.

Helena Felipe