La Francia del corazón crístico femenino – 2ªparte

La Provence y la gruta de la Sainte Baume y Saint Maximin

Tras despedirnos de la Camarga, tomamos rumbo al interior para alcanzar el mágico macizo montañoso de la Sainte Baume, que se encuentra en el Parque Natural Regional del mismo nombre. Iba a ser mi segunda vez en el mítico lugar en el que María Magdalena vivió durante muchos años, protegida por los elementales del sagrado bosque que se halla a los pies de la montaña y trasmitiendo sus enseñanzas a quienes se acercaban hasta su sencilla cabaña, en la entrada de la cueva que, desde el siglo XIII, fue ocupada por los dominicos para erigir en ella una iglesia-santuario.

Santuario de la Sainte Baume.

La leyenda dice que Magdalena se retiró en esta cueva durante 30 años y que murió allí en el año 81 de nuestra época. No fue tanto el tiempo que residió en este lugar, pero sí que fue durante varios años el hogar desde el que iba y venía a otros puntos del continente. Lo cierto es que todo alrededor de la Sainte Baume está impregnado por la energía del cristo femenino. Esta gruta ya era un lugar sagrado antes de que la ocupara María Magdalena, ya que en ella se daba culto a la diosa. También la esposa de Yeshua compartía en la cueva y en el bosque con las sacerdotisas de la diosa, siempre protegidas por los caballeros guardianes que formaban parte de la Hermandad.

Iniciamos el ascenso que atraviesa el bosque de hayas, arces, pinos silvestres y tilos en silencio y en meditación consciente. Todo arrullaba nuestros sentidos al recorrer este majestuoso espacio verde, cuya diversidad y flora es, a la vez que excepcional, totalmente mágica. Subimos dejándonos guiar por los sonidos y las frecuencias.

El camino de ascenso te sumerge en la magia.
El bosque de la Sante Baume es pura magia.

La primera parada fue en el manantial La Source de Nans para recoger un poco del agua con la que queríamos hacer un pequeño ritual. Mi amada hermana mayor sintió seguir adelante con el agua en un cazo y desviarse del camino hacia donde los seres de luz le indicaban. Acabamos delante de una cueva de poderosa energía no señalizada en el camino. Allí, los cuatro, en círculo y delante de esa abertura tan femenina, bebimos el agua de la vida y de la creación. Adentrarnos en la cueva ya solo fue cosa de dos. El Sagrado Femenino nos invitó a entrar a mi hermana y a mí para, apoyando nuestras manos en su roca, pedir por la sanación de todos los canales divinos de parto.

Toda cueva es una representación del Sagrado Femenino.

Después de este especial momento, seguimos subiendo hacia la gruta. El cielo amenazaba lluvia, y el aire era muy fresco, pero nos deleitábamos con el camino a través de este bosque tan sagrado. Ya en la puerta del santuario, tuvimos la “suerte” de no encontrarnos con la misa, porque los dominicos prohíben la entrada cuando se oficia. Esta vez pude pasear tranquila por su interior, aunque no me detuve delante del altar. Sabía que la energía más pura estaba hacia el interior. Justo al bajar las escaleras, en un ambiente donde sólo se escucha el caer de las gotas a través de las rocosas paredes, la estatua de una joven María Magdalena nos esperaba.

Mi velita de ofrenda a María Magdalena en el interior del santuario.

Allí la invocamos y prendimos nuestras velas. Con serenidad, dejamos que ella nos hablara:

“Alabadas las hijas que vuelven a mí. Alabadas las hijas que vuelven a mí. Alabadas las hijas que vuelven a mí con la rosa de su corazón abierto. Las que habéis llegado hasta aquí, y las que llegarán, vais aún recogiendo las semillas que nosotras portamos, pero no es vuestro camino. Os llevará más allá, os elevará adonde aún no habéis ni siquiera pensado llegar y será plena la felicidad.

Aquí se acaba la penitencia. Aquí acaba el sufrimiento. Las penas no forman parte de esta Hermandad ya. Yo os digo, amadas hijas, que yo os veo cada día. Veo vuestro despertar y os sigo, os sigo de cerca, porque dónde vosotras estáis mi luz os hallará.

Gracias a cada ser que viene a esta gruta. A pesar de lo que aquí se ha hecho, la energía del amor persiste, la energía de la diosa aún está, y os cubre con su manto blanco. La rosa dorada, la rosa dorada, en vosotras está ya”.

Justo al terminar de recibir el mensaje de la amada maestra, una mujer que ya habíamos reconocido como hermana durante el ascenso al verla trabajar la energía en la fuente, ataviada con un sencillo pañuelo sobre su cabeza, nos pregunta si puede tocar su flauta. Conmovidos y agradecidos, los cuatro le dijimos que por supuesto podía tocar. Así, gracias a Gabriela (su nombre, el de una arcangelina), nos embargamos de paz con el sonido de su flauta andina. Se creó una energía suave y pura a nuestro alrededor en aquel mágico momento, y yo, al finalizar su sencilla actuación, no pude dejar de abrazarla y darle las gracias desde el fondo de nuestros corazones.

Ya todo lo demás me sobraba en la cueva, así que decidí emprender el camino de regreso. Comenzó a caer un gran chaparrón mientras descendía las escaleras de piedra, pero no podía dejar de bajar. De repente, un sonido atronador, seco, muy fuerte, hizo retumbar la montaña. Un único trueno me hizo reír de asombro. En el santuario se fue la luz, según me dijeron mis compañeros de viaje después. Yo seguí camino abajo, en medio de la lluvia, y con una densidad enorme en mi cabeza. La intensidad de la energía en la cueva y la tormenta estaban haciendo mella en mí.

Mi conexión con el bosque hacía que me saliera del sendero.

Al llegar a nuestra furgoneta estaba empapada, y eso que había bajado con rapidez. Curiosamente, en esta segunda visita a la gruta, también los elementos me habían empujado a salir del santuario y descender a toda prisa. La energía era demasiado fuerte para mí, así que mi hermana mayor ejerció su don de sanación para aliviar mi dolor de cabeza y poder seguir adelante.

Tras un almuerzo calentito a los pies del macizo, nos acercamos a la hostelería de los dominicos. Ya había estado allí en la anterior ocasión, pero quería que mis compañeros de peregrinaje vieran el hermoso mural de la capilla dedicada a María Magdalena que hay en su interior. Se la muestra como una bella mujer de largos cabellos rojizos acompañada por los ángeles, a la entrada de la gruta. Es lo único que me interesa de esta comunidad religiosa, las obras que hacen referencia a Magdalena.

Fresco que muestra a Magdalena en el interior de la capilla de la hospedería de los dominicos.

Dejamos la hospedería para encaminarnos a Saint Maximin. Llegamos a las ocho de la tarde a la plaza donde se ubica la gran basílica dedicada a María Magdalena, y, para nuestra sorpresa, estaba abierta. Nos decidimos a entrar y nos encontramos con el gran regalo de poder recorrerla en completa soledad. Sólo al poco tiempo nos dimos cuenta de que se estaba impartiendo misa en la cripta donde reposan las “reliquias” de la santa. Ese 18 de mayo se celebraba la ascensión de Jesús y un grupo escogido de personas lo honraban con cánticos en la pequeña cripta donde se ubican, además del supuesto cráneo de María Magdalena, los sepulcros de su amigo y confidente, Maximin, y de San Sidonio.

El altar, lamentablemente, estaba en obras, y la espectacular cúpula de la basílica, cubierta con un carpa enorme, lo cual, unido a la oscuridad y la hora, nos hizo aplazar hasta el día siguiente una visita más profunda.

A la luz de la mañana, el templo gótico más grande de la Provence, construido por Carlos II de Anjou en 1295, luce totalmente diferente. Al proclamarse que alberga la tercera tumba de la cristiandad, es objeto de continua visitas.

Iglesia de Saint Maximin.
Un cartel anuncia la tumba de María Magdalena.

Fue el culto a las reliquias de María Magdalena lo que convirtió esta iglesia en un gran centro de peregrinación, pero lo cierto es que hay otro pueblo, Vezelay, en la Borgoña, que reclama poseer las verdaderas reliquias de la santa. Las que aquí poseen, según cuentan en la localidad, fueron descubiertas por Carlos II de Anjou tras haber tenido una revelación de la mismísima Magdalena sobre el lugar donde estaban sus huesos, mientras estaba preso en Barcelona y rogaba por su liberación.

De nuevo nos encontramos con la cripta ocupada por una misa. Mientras terminaba, volvimos a recorrer la basílica y, a falta de poder impresionarnos con la gran paloma, la Shekinah, que ocupa la vitrina principal de la cúpula, nos detuvimos en observar con detenimiento sus capillas. En una de ellas, nos maravillamos con las exquisitas obras que representan, a la derecha, a María Magdalena, y la izquierda, a su hermana Marta.

Todo el templo está dedicado a Magdalena, pero es la estatua que da paso a la cripta la que me atrapó desde que la visité por primera vez, en 2019.

Delante de María Magdalena, frente a la entrada de la cripta.

Allí, solo unos minutos después de haber estado frente a una calavera que no me dice nada, la maestra me habló:

“Aquellos que vinieron en mi busca deseaban encontrar lo que les asiera a la fe y, aunque mi cuerpo no fue el hallado, sí me hallaron a mí, porque, ciertamente, en ellos moraba ya.

Desde aquellos días, no se ha desviado el camino, más si la energía vibracional de los que acuden en mi búsqueda en este altar.

No somos portadores de la llama eterna hasta que encontramos el Grial, y ese objeto no es tal. Es la llama eterna en cada portal encarnacional la que se enciende cuando vives por la Divinidad.

Así vivimos nosotros, y los que os encontráis bajo este umbral podéis seguir esa senda. Buscad en cada portal. Cada uno es un portal sagrado. Ahí me encontraréis a mí, la Madeleine, en cada portal que encarnáis.

Y no temáis desviaros más. En cada templo a mí dedicado está un trozo pequeño de la verdad. La forma es indistinta para cada portal.

Más no veáis que sólo soy la forma. En ese envase no se halla ninguna verdad.

Marie Madeleine”.

Magdalena nos llama portales. Para ella, cada ser es un portal, y nos recuerda que en los huesos de Saint Maximin no se halla su verdad, pero sí está presente su energía en cada templo a ella dedicado.

Por fin, el sur de Francia (1)

Siempre había leído, y también escuchado, que, cuando sigues lo que consideras el propósito de tu alma, el motivo superior de tu encarnación, todo en el Universo se coloca para que alcances ese propósito. Esta esperanza, que he llevado unida a mi deambular por esta vida desde que a los 17 años comencé mi camino espiritual, se ha hecho tangible en varias ocasiones, pero, quizás, la más visible a mis ojos y, la más indudablemente real para mi corazón, ha tomado forma este mes de junio. Durante cuatro intensos y maravillosos días he viajado por los lugares sagrados del sur de Francia donde, hace 2.000 años, María Magdalena dejó impresa su huella, la energía crística de la que era depositaria.

Macizo de Sainte Baume, sur de Francia.

El pueblo de Saint Maximin donde se veneran sus supuestas reliquias, la gruta de Sainte Baume donde estuvo un tiempo refugiada, la playa de Saintes Maries de la Mer, adonde llegó acompañada del resto de Marías y nazarenos, la localidad de Rennes Le Chateau, donde todo es un misterio relacionado con ella y su linaje; han formado parte de mis estudios e investigaciones durante los últimos cinco años. Así que, estar allí físicamente, y no solo mentalmente, ha sido más que un sueño cumplido, ha sido una bendición del Cielo, un hermoso regalo por continuar el camino marcado por mi alma. Y ese es el camino hacia Magdalena.

Sé de muchas mujeres, y hombres, que, como yo, trabajan con ella, con la maestra ascendida María Magdalena, y que, como yo, han sido convocadas a su encuentro. Todas, tarde o temprano, acabamos visitando los lugares de Europa en los que predicó, tras su partida de Alejandría, donde primeramente recaló tras la partida de su compañero y amado, Jeshua. Vamos siguiendo su rastro, su estela de amor, de luz y sabiduría, con la intención de acercarnos más a ella, de recordar más fielmente quiénes somos y por qué estamos en esta misión.

En 2018, surgió una primera oportunidad de viajar al Languedoc y la Provenza, pero no era el momento, ni eran las personas con las que debía realizar un viaje así de mágico. Me entristecí por las circunstancias que rodearon la imposibilidad de ese deseado acontecimiento, pero María Magdalena me aseguró en ese momento que iría (yo lo veía casi como un imposible), que iría de su mano y que conmigo marcharían “los puros de corazón”, “al encuentro de las llamas gemelas”, y “solo con el corazón y la humildad, sin pretensiones de más que las de hallarnos”.

Cuatro meses después de recibir ese mensaje, se me presentó la ocasión. Me la brindaron tres seres de luz que trabajan al servicio de los demás desde hace muchos años en una preciosa herboristería de Albacete, de nombre Azahar. Después de impartir allí el taller Magdalena y Jesús: Amor Sagrado me invitaron a guiar el viaje que estaban organizando por el sur de Francia. Lo sentí como un gran regalo, como una señal de que estaba cumpliendo con el propósito de mi alma, y, por supuesto, acepté encantada, con mucha emoción, y con los nervios propios de tal responsabilidad.

El 20 de junio, un heterogéneo grupo de 24 personas, todas y cada una siguiendo una motivación personal y única, iniciamos la ruta hacia Magdalena desde la estación de trenes de Albacete. Y ahí dio comienzo una extraña aventura. Salíamos en autobús en dirección al aeropuerto de Madrid para tomar un avión rumbo a Marsella.

Todos juntos en el último día del viaje.

Íbamos emocionados, felices y excitados ante lo que teníamos por delante, así que, cuando a falta de unos 40 kilómetros para llegar al aeropuerto, se paró el autobús en Villarobledo, no le dimos mucha importancia. Era una avería seria, pero confiábamos en llegar a tiempo. Solo tenían que mandar otro autobús y listo. Pasaban los minutos inexorablemente. No había solución para la avería, y no llegaba el autobús de repuesto. No había suficientes taxis en el municipio para llevarnos a todos. Llegamos a pensar que perderíamos el vuelo, con lo cual tendríamos que trasladarnos hasta Marsella vía carretera y perder todo el día. Aun así, no cundió el desánimo. Había, más bien, sorpresa y un gran interrogante: ¿Por qué se nos ponía un obstáculo tan grande justo al inicio del camino?

Casi “in extremis”, llegó el segundo autobús. Nos quedaban 35 minutos para llegar a Barajas. También “in extremis” alcanzamos el vuelo, después de equivocarnos de terminal, correr exhaustos de la uno a la dos, pasar el control a toda velocidad, ante la estupefacción de los agentes, y pasarnos la puerta de embarque en varias ocasiones. Cuando nos sentamos en los asientos del avión, no dábamos crédito. El vuelo salía con retraso y eso nos permitió tomarlo. Visualizarnos bajando del avión en Marsella, con cara de felicidad y alivio, nos ayudó sin duda, y fue, exactamente lo que ocurrió. Gracias Estefanía por proponer esta práctica, y gracias a todos por no entrar en la vibración negativa y de queja.

Puse el pie en tierra francesa y me agaché a besarla. Detrás de mí, el ángel que me había llevado hasta allí, Alicia, hizo lo mismo. A la región de Marsella había llegado, dos mil años atrás, María Magdalena, en barca y con las personas más íntimas a su corazón. Nosotras lo hacíamos a través del aire, el elemento de esta era de Acuario que permite la comunicación y desvelamiento a escala mundial de los mensajes ocultos, y con el corazón abierto a integrar la luz de lo Femenino Sagrado que María Magdalena encarna.

Imagen de María Magdalena a la entrada de la Hostelería de Sainte Baume.

La primera parada era la hospedería de Sainte Baume, donde pasaríamos la primera de las cuatro noches. Otro autobús sería nuestro medio de transporte durante el viaje. A sus mandos, Juan, de Albacete para el mundo, el mejor chofer que nos podría proporcionar el Cielo. Con él, nos dirigimos, montaña arriba, y por una vía estrecha que dejaba al lado derecho unos considerables barrancos, hasta la hospedería de los dominicos, en la base del macizo de Sainte Baume. Llegamos con el tiempo justo de apreciar el hermoso paisaje, recoger las llaves de las habitaciones, y deshacer el camino para bajar hasta Saint Maximin. La visita a la gruta del “santo bálsamo”, en referencia al ungüento de María Magdalena quedaría para la mañana siguiente.

Hostelería de Sainte Baume regida por frailes dominicos.

Saint Maximin, a treinta minutos por carretera, era el núcleo poblacional más cercano a la montaña en cuya gruta encontró refugio María Magdalena de la persecución a los seguidores del nazareno.

Afirma la tradición de la zona, que poco antes de su muerte, Magdalena fue trasladada al convento de Saint Maximin, donde recibió los últimos sacramentos y fue enterrada por el que era su íntimo amigo y primera autoridad cristiana de la comarca. Maximin había viajado con ella desde Judea y era su protector y confidente.

Los restos de la amada de Jeshua y líder de su iglesia del amor se mantuvieron en el convento hasta el año 716, cuando, ante la incursión de los musulmanes, se resolvió ocultar aquel tesoro, y más tarde, en el 745, enviarlos a Vézelay, en la borgoña francesa. Mantienen, ambas localidades, una pugna por las reliquias de Magdalena. En Saint Maximin dicen que las verdaderas son las que se encuentran en la cripta de su iglesia gótica, cuya obra comenzó en 1295, impulsada por Carlos II de Anjou, que 16 años antes dijo haber tenido una revelación de la mismísima Magdalena en la que le indicaba donde estaban sus huesos.

Fachada de la Iglesia de María Magdalena, en Saint Maximin.

Hasta allí nos encaminamos. La Iglesia de María Magdalena nos recibió, en una tarde calurosa y festiva, casi vacía. Ya casi era la hora del cierre (de nuevo, el tiempo jugaba en contra). En el lateral izquierdo, justo a la entrada, hicimos la apertura del viaje, todos en círculo y con la energía de la Maestra flotando a nuestro alrededor. No recuerdo las palabras que utilicé (normalmente nunca recuerdo lo que sale de mi corazón en las invocaciones y rituales), pero sí que tengo muy presente las que ella me susurró: “Bienvenidos a mi casa. Esperando para activar la rosa de vuestros corazones”. Me embargó la emoción y sonreí, porque estaba allí; independientemente de que la calavera que hay en la cripta de la iglesia sea suya o no, su energía sí que se sentía.

Nos movimos con independencia dentro del templo. Apenas había tiempo para nada, porque el sacerdote nos empezó a echar casi de inmediato (en Francia, la mayoría de templos cierran a las 19,30 horas pese a ser verano y haber bastante luz). La visita obligada era a la cripta donde se conserva el supuesto cráneo de María Magdalena, enmarcado en oro, y tras una verja iluminado por potentes focos. Particularmente, dudo de que sea suyo, a pesar de que esté flanqueado por el sepulcro de alabastro en cuyo interior se halló, allá en 1279, una tabilla de madera con la inscripción que rezaba: “Aquí yacen los restos de María Magdalena”.

Altar ante la supuesta calavera de María Magdalena, en la cripta de la Iglesia.

Lo más bello de este rincón es la estatua de Magdalena que hay justo a la entrada de la cripta: sencilla, con las manos entrelazadas, una hermosa mujer ante su tarro de alabastro.

Estatua de María Magdalena frente a la cripta.

Del resto de la iglesia, destaca el vitral principal. Debajo de una imponente cúpula, una gran paloma blanca, la Shekinah, el principio femenino, la conexión con el espíritu divino. Los cátaros confiaban en que el resurgimiento de los hombres nuevos ocurriera con el regreso de la paloma, María Magdalena, el Femenino Sagrado.

Cúpula de la Iglesia de Saint Maximin.
Gran paloma en el altar principal.

No pasaron desapercibidas para mí dos imágenes muy relacionadas con la misión de Magdalena: la de Juana de Arco y la de Teresa de Jesús. Ambas fueron mujeres que cumplieron con el propósito divino de trasmitir las enseñanzas verdaderas de Jesús y Magdalena. Ambas elevaron a la Humanidad al transmitir el Camino del Amor.

Todo el que llega a Saint Maximin lo hace guiado por la leyenda de María Magdalena. Un recorrido por las estrechas calles del barrio judío medieval y por sus recoletas plazas es suficiente, después de haber estado en la bonita basílica que se promociona como el lugar donde se encuentra “la tercera tumba más importante de la Cristiandad”.

Panel donde se informa de que aquí se encuentra la tercera tumba más importante de la Cristiandad.

De vuelta de nuevo a la hospedería, un establecimiento regido por la orden de los dominicos, decidimos aventurarnos en el bosque que la rodea ya entrada la noche. Estar a oscuras en plena naturaleza fue un ejercicio de mucha apertura. Sentir a los seres del bosque, a sus elementales, fue mágico, y con esa sensación nos fuimos a dormir.

2º DÍA: SAINTE BAUME Y SAINTES MARIES DE LA MER

La gruta de María Magdalena nos esperaba y nos apresuramos a bajar a desayunar bien temprano. Pero hete aquí que los frailes no madrugaban tanto, y hasta las ocho y cuarto no abrieron las puertas del comedor para el desayuno.

La escena fue un tanto surrealista. Dos dominicos flanqueados por dos chicas jóvenes se situaron a la cabeza de las mesas donde se ubicaba un exiguo desayuno, y con cara atónita, y un tanto mal humorada, observaban al grupo como si fuéramos una manada de animales. No tocaron nada de las mesas hasta que terminamos de servirnos. A cada pregunta nuestra, respondieron con una tajante indicación.

No vislumbré una sonrisa ni un gesto amable en ningún momento, así que me entristecí ante la “bienvenida” de unos frailes que están llamados a predicar el amor. Pero lo más triste, en lo referente a los dominicos, estaba por llegar.

Antes de iniciar el ascenso por el camino más cercano a la Hostelería.

Comenzamos a subir el camino que ascendía hasta la gruta de Sainte Baume con bastante retraso debido a la dilación en el desayuno. Lo hicimos en silencio y con atención plena para sentir la hermosa energía del bosque sagrado que nos rodeaba. Hayas, robles y tejos milenarios, de una dimensiones irreales, jalonan el sendero. Yo imaginaba a María Magdalena y a sus sacerdotisas recorriendo ese bosque, lugar donde se celebraban rituales desde los tiempos en los que estaba dedicado a la diosa Artemisa, y sonreía ante la belleza de la escena imaginaria. Allí compartía sus conocimientos con las jóvenes que iban a visitarla y llevarle alimentos, hablaba del amor y de la compasión, preparaba los aceites y ungüentos con las plantas que crecían en el bosque…

En silencio interior para impregnarnos de la energía del bosque sagrado.

Parábamos ocasionalmente para recoger una flor, una piedra que nos llamaba o una ramita, pero no nos reunimos hasta alcanzar la fuente que se halla a mitad del Camino Real, así llamado por ser utilizado por los reyes de Francia en su peregrinación hasta la Santa, durante la Edad Media. “La Source de Nans” es una fuente de agua viva, y allí, con el agua sagrada de la vida, bebimos para renacer como nuevas almas que pueden regresar al hogar. Fueron instantes de purificación y alegría para el alma y para el corazón.

Ritual en la fuente sagrada «Le Source de Nans».

Reiniciamos el ascenso con tanta energía que equivocamos el camino. De repente, empezó a hacerse más inclinado, más rocoso, más escarpado. El sol ya estaba alto y el calor dificultaba la tarea aún más. Al preguntar a un montañero que bajaba, nos dimos cuenta que esa no era la dirección a la gruta. Pero estábamos allí. Algo nos había guiado hasta la cima de la montaña, desde donde, casi sin aliento, nos maravillamos con el paisaje que se extendía bajo nosotros.

Panorámica desde la cima de la cueva de Sainte Baume.

Teníamos que alcanzar la gruta. Era nuestro principal objetivo, el lugar más importante de aquel viaje. Volvimos al Camino Real que desemboca en las escaleras que terminan en la puerta de entrada a la gruta. Un cartel recuerda que antes de los dominicos, el monasterio edificado en torno a la cueva, fue ocupado por los benedictinos y, originalmente, por los casinitas, quienes veneraban a María Magdalena.

Tras pasar el primer arco de entrada, aparecen de frente tres enormes cruces, representando la crucifixión de Jesús. No comprendo el porqué de esta escena en la gruta, salvo, quizás, por el deseo de la Iglesia católica de recordar el sufrimiento de María Magdalena ante la cruz.

En la pequeña plazoleta situada ante la puerta de la gruta, una magnífica escultura que muestra a Jesús en los brazos de su madre María y, abrazada a sus pies, una Magdalena que se asimila a la del cuadro de Boticcelli. Hermosa, rodeada de rosales, y dominando todo el valle.

Estatua en la pequeña plaza que da entrada a la gruta.

Una nueva puerta da acceso a la cueva, sagrada ya antes de que la ocupara por un tiempo María Magdalena, porque, como en todas las cuevas, había culto a la diosa. En todos los lugares donde está presente la energía femenina encontraremos elementos comunes: agua, marismas y un antiguo cristal lemuriano con geometría sagrada.

Sabía, por mis estudios previos, que en el interior de la gruta la iglesia católica había consagrado un altar, pero nunca pensé que se hubiese apoderado de tal forma de la cavidad del terreno sagrado de Sainte Baume.

Iglesia en el interior de la gruta de Sainte Baume.

A nosotras, lo que nos interesaba era la presencia de lo Femenino Sagrado en ella, y teníamos cierta prisa por sentarnos a meditar ante la imagen de Magdalena para que nos comunicase las razones de nuestra visita. Así que, obviamos la misa que se celebraba y, en completo silencio, y de forma respetuosa, nos dirigimos al lateral derecho por el que una escalera nos llevaba ante esa imagen.

Agradeciendo a María Magdalena en el interior de la gruta de Sainte Baume.

Ante ella, de nuevo bella y rodeada de paredes por las que el agua fluye lentamente, sentí una gran calma. Saqué mi libreta, y al ritmo de las gotas que caían, comencé a escribir lo que llegaba a mi alma. Ese instante de paz se vio, de pronto, resquebrajado por la voz alterada del párroco que habíamos dejado en la parte superior dando la misa. Gritaba en francés, así que ninguna lo entendía. Estábamos absortas en nuestra meditación y nos parecía una aparición aquel hombre de vestiduras blancas moviendo los brazos como un loco y profiriendo aquellos gritos (al parecer, consideraba una falta de respeto que hubiéramos entrado durante la misa). Lo miré estupefacta, sin inmutarme y seguí escribiendo. Traslado aquí lo que me susurró María Magdalena: “Lo que queda aquí no está en los símbolos. La energía del Amor de Dios-Diosa no tiene dueño ni se viste con hábitos. El silencio es igual de poderoso que el clamor de los corazones que me visitan. Hágase en ellos, en vosotros, la fuerza de la Trinidad, la luz del Amor Trino y la Sabiduría del Eterno que vive en cada uno de vosotros”.

María Magdalena: «Lo que queda aquí no está en los símbolos».

Intenté abstraerme de aquel episodio con el cura para continuar visitando la gruta. Buscaba el manantial de agua a la que se atribuyen muchas curaciones. Lo encontré detrás del altar, en el lateral derecho, rodeado de una verja que, por suerte, dejaba un orificio abierto. Otra verja, también caída, da paso a una cavidad más grande, justo en la parte trasera del altar, donde la energía es muy poderosa. Entré y puse mi frente sobre la roca para impregnarme de ella.

No pude disfrutar más de aquel enclave, tan emblemático para los que hemos sentido la llamada de María Magdalena. Íbamos con mucho retraso sobre el programa del día, y, sinceramente, mi decepción y tristeza ante la apropiación de los dominicos del lugar, me hicieron desear marchar de allí. Ni siquiera sentí el impulso de comprar nada en la tienda de souvenirs.

Puerta de entrada a la gruta de Sainte Baume.

Empecé el descenso a toda marcha, esta vez usando el Camino Real, el principal, por el que me crucé con un grupo de bonitas mujeres vestidas de rojo, con faldas y flores en el pelo. Hermanas sacerdotisas, qué alegría y belleza impondréis sobre el dogma católico de la gruta, pensé. Cuando vuelva, vestiré de rojo, en honor a la diosa, y cantaré a la María Magdalena sacerdotisa, a la compañera y amada de Jeshua, a la maestra del “Amor que no tiene dueño”.

Camino Real que asciende hasta la gruta de María Magdalena.

Durante la tarde nos esperaba otro lugar emblemático, Saintes Maries de la Mer, donde recalaron los barcos que transportaban a las Marías: María Magdalena, María Salomé y María Jacobea; y conocido por ese nombre en homenaje a las sacerdotisas nazarenas. Porque eso eran las Marías: mujeres que traían su sabiduría de los templos de Isis, que tenían conocimientos en sanación, en alquimia, en filosofía y astrología.

Y no llegaron a la zona de las marismas que rodean Marsella por casualidad, sino porque albergaba templos egipcios y esenios, templos en honor a la diosa Diana, junto al cual predicaba María Magdalena.

Nos agradó mucho el ambiente lúdico y un tanto alternativo de Saintes Maries de la Mer, una localidad de veraneo de la Camarga francesa con casitas blancas y de suaves colores y con callejuelas repletas de tiendas. Todas ellas, las callejuelas, desembocaban en la Iglesia de las Saintes Maries, de estilo románico y construida durante los siglos X, XI y XII. Sobre su sencilla puerta, un ancla y un corazón forjados en hierro, primera señal que me deleitó del templo.

Ante la puerta lateral de la Basílica de Saintes Maries de la Mer.

En su interior, mucha luz, simplicidad, y el mayor protagonismo para María Salomé y María Jacobea, representadas en una pequeña barca, cuyas reliquias (descubiertas en el siglo XV) se conservan en una arqueta. La leyenda dice que ambas se quedaron en el pueblo e hicieron brotar agua dulce de manera milagrosa. María Magdalena, pintada en un gran óleo, aparece sobre ellas, con su cabeza mirando hacia abajo, justo hacia sus compañeras.

Cuadro de María Magdalena sobre las imágenes de María Salomé y María Jacobea.

Es en su cripta, hecha en el siglo XV a raíz de la excavación para encontrar las reliquias, donde se celebra el culto a Santa Sara, patrona de los gitanos de todo el mundo, que el 25 de mayo acuden en peregrinación y la homenajean durante tres días. Es esta una imagen negra de la que fuera también compañera de las Marías. Sara La Khali era una mujer muy sabia y versada en medicina, ciencia, astrología y alquimia. Como virgen negra está asociada a la maternidad.

Me encantó el ambiente de devoción que se respira en la cripta de Santa Sara. Velas, ofrendas, pañuelos, flores y rosarios la inundan hasta casi quedar oculta.

Cripta de Santa Sara, Sara La Khali.

Sara, María Salomé y María Jacobea son llevadas en procesión hasta la playa donde aparecieron, y, precisamente, en la playa acabamos nuestra visita a Saintes Maries.

En la playa de Saintes Maries de la Mer, justo la tarde del Solsticio de Verano.

Era la tarde del solsticio de verano, el 21 de junio, y no quisimos desaprovechar la ocasión de purificarnos en el mar, en ese trocito de mar tan especial. Juntas, de la mano, saltamos las olas para limpiar, para soltar, para dejar atrás lo que ya no nos sirve. Esos pocos minutos los sentí como minutos de hermandad, de alegría y de inocente diversión. Qué bonito recuerdo guarda mi corazón.

Helena Felipe