La Francia del corazón crístico femenino – 2ªparte

La Provence y la gruta de la Sainte Baume y Saint Maximin

Tras despedirnos de la Camarga, tomamos rumbo al interior para alcanzar el mágico macizo montañoso de la Sainte Baume, que se encuentra en el Parque Natural Regional del mismo nombre. Iba a ser mi segunda vez en el mítico lugar en el que María Magdalena vivió durante muchos años, protegida por los elementales del sagrado bosque que se halla a los pies de la montaña y trasmitiendo sus enseñanzas a quienes se acercaban hasta su sencilla cabaña, en la entrada de la cueva que, desde el siglo XIII, fue ocupada por los dominicos para erigir en ella una iglesia-santuario.

Santuario de la Sainte Baume.

La leyenda dice que Magdalena se retiró en esta cueva durante 30 años y que murió allí en el año 81 de nuestra época. No fue tanto el tiempo que residió en este lugar, pero sí que fue durante varios años el hogar desde el que iba y venía a otros puntos del continente. Lo cierto es que todo alrededor de la Sainte Baume está impregnado por la energía del cristo femenino. Esta gruta ya era un lugar sagrado antes de que la ocupara María Magdalena, ya que en ella se daba culto a la diosa. También la esposa de Yeshua compartía en la cueva y en el bosque con las sacerdotisas de la diosa, siempre protegidas por los caballeros guardianes que formaban parte de la Hermandad.

Iniciamos el ascenso que atraviesa el bosque de hayas, arces, pinos silvestres y tilos en silencio y en meditación consciente. Todo arrullaba nuestros sentidos al recorrer este majestuoso espacio verde, cuya diversidad y flora es, a la vez que excepcional, totalmente mágica. Subimos dejándonos guiar por los sonidos y las frecuencias.

El camino de ascenso te sumerge en la magia.
El bosque de la Sante Baume es pura magia.

La primera parada fue en el manantial La Source de Nans para recoger un poco del agua con la que queríamos hacer un pequeño ritual. Mi amada hermana mayor sintió seguir adelante con el agua en un cazo y desviarse del camino hacia donde los seres de luz le indicaban. Acabamos delante de una cueva de poderosa energía no señalizada en el camino. Allí, los cuatro, en círculo y delante de esa abertura tan femenina, bebimos el agua de la vida y de la creación. Adentrarnos en la cueva ya solo fue cosa de dos. El Sagrado Femenino nos invitó a entrar a mi hermana y a mí para, apoyando nuestras manos en su roca, pedir por la sanación de todos los canales divinos de parto.

Toda cueva es una representación del Sagrado Femenino.

Después de este especial momento, seguimos subiendo hacia la gruta. El cielo amenazaba lluvia, y el aire era muy fresco, pero nos deleitábamos con el camino a través de este bosque tan sagrado. Ya en la puerta del santuario, tuvimos la “suerte” de no encontrarnos con la misa, porque los dominicos prohíben la entrada cuando se oficia. Esta vez pude pasear tranquila por su interior, aunque no me detuve delante del altar. Sabía que la energía más pura estaba hacia el interior. Justo al bajar las escaleras, en un ambiente donde sólo se escucha el caer de las gotas a través de las rocosas paredes, la estatua de una joven María Magdalena nos esperaba.

Mi velita de ofrenda a María Magdalena en el interior del santuario.

Allí la invocamos y prendimos nuestras velas. Con serenidad, dejamos que ella nos hablara:

“Alabadas las hijas que vuelven a mí. Alabadas las hijas que vuelven a mí. Alabadas las hijas que vuelven a mí con la rosa de su corazón abierto. Las que habéis llegado hasta aquí, y las que llegarán, vais aún recogiendo las semillas que nosotras portamos, pero no es vuestro camino. Os llevará más allá, os elevará adonde aún no habéis ni siquiera pensado llegar y será plena la felicidad.

Aquí se acaba la penitencia. Aquí acaba el sufrimiento. Las penas no forman parte de esta Hermandad ya. Yo os digo, amadas hijas, que yo os veo cada día. Veo vuestro despertar y os sigo, os sigo de cerca, porque dónde vosotras estáis mi luz os hallará.

Gracias a cada ser que viene a esta gruta. A pesar de lo que aquí se ha hecho, la energía del amor persiste, la energía de la diosa aún está, y os cubre con su manto blanco. La rosa dorada, la rosa dorada, en vosotras está ya”.

Justo al terminar de recibir el mensaje de la amada maestra, una mujer que ya habíamos reconocido como hermana durante el ascenso al verla trabajar la energía en la fuente, ataviada con un sencillo pañuelo sobre su cabeza, nos pregunta si puede tocar su flauta. Conmovidos y agradecidos, los cuatro le dijimos que por supuesto podía tocar. Así, gracias a Gabriela (su nombre, el de una arcangelina), nos embargamos de paz con el sonido de su flauta andina. Se creó una energía suave y pura a nuestro alrededor en aquel mágico momento, y yo, al finalizar su sencilla actuación, no pude dejar de abrazarla y darle las gracias desde el fondo de nuestros corazones.

Ya todo lo demás me sobraba en la cueva, así que decidí emprender el camino de regreso. Comenzó a caer un gran chaparrón mientras descendía las escaleras de piedra, pero no podía dejar de bajar. De repente, un sonido atronador, seco, muy fuerte, hizo retumbar la montaña. Un único trueno me hizo reír de asombro. En el santuario se fue la luz, según me dijeron mis compañeros de viaje después. Yo seguí camino abajo, en medio de la lluvia, y con una densidad enorme en mi cabeza. La intensidad de la energía en la cueva y la tormenta estaban haciendo mella en mí.

Mi conexión con el bosque hacía que me saliera del sendero.

Al llegar a nuestra furgoneta estaba empapada, y eso que había bajado con rapidez. Curiosamente, en esta segunda visita a la gruta, también los elementos me habían empujado a salir del santuario y descender a toda prisa. La energía era demasiado fuerte para mí, así que mi hermana mayor ejerció su don de sanación para aliviar mi dolor de cabeza y poder seguir adelante.

Tras un almuerzo calentito a los pies del macizo, nos acercamos a la hostelería de los dominicos. Ya había estado allí en la anterior ocasión, pero quería que mis compañeros de peregrinaje vieran el hermoso mural de la capilla dedicada a María Magdalena que hay en su interior. Se la muestra como una bella mujer de largos cabellos rojizos acompañada por los ángeles, a la entrada de la gruta. Es lo único que me interesa de esta comunidad religiosa, las obras que hacen referencia a Magdalena.

Fresco que muestra a Magdalena en el interior de la capilla de la hospedería de los dominicos.

Dejamos la hospedería para encaminarnos a Saint Maximin. Llegamos a las ocho de la tarde a la plaza donde se ubica la gran basílica dedicada a María Magdalena, y, para nuestra sorpresa, estaba abierta. Nos decidimos a entrar y nos encontramos con el gran regalo de poder recorrerla en completa soledad. Sólo al poco tiempo nos dimos cuenta de que se estaba impartiendo misa en la cripta donde reposan las “reliquias” de la santa. Ese 18 de mayo se celebraba la ascensión de Jesús y un grupo escogido de personas lo honraban con cánticos en la pequeña cripta donde se ubican, además del supuesto cráneo de María Magdalena, los sepulcros de su amigo y confidente, Maximin, y de San Sidonio.

El altar, lamentablemente, estaba en obras, y la espectacular cúpula de la basílica, cubierta con un carpa enorme, lo cual, unido a la oscuridad y la hora, nos hizo aplazar hasta el día siguiente una visita más profunda.

A la luz de la mañana, el templo gótico más grande de la Provence, construido por Carlos II de Anjou en 1295, luce totalmente diferente. Al proclamarse que alberga la tercera tumba de la cristiandad, es objeto de continua visitas.

Iglesia de Saint Maximin.
Un cartel anuncia la tumba de María Magdalena.

Fue el culto a las reliquias de María Magdalena lo que convirtió esta iglesia en un gran centro de peregrinación, pero lo cierto es que hay otro pueblo, Vezelay, en la Borgoña, que reclama poseer las verdaderas reliquias de la santa. Las que aquí poseen, según cuentan en la localidad, fueron descubiertas por Carlos II de Anjou tras haber tenido una revelación de la mismísima Magdalena sobre el lugar donde estaban sus huesos, mientras estaba preso en Barcelona y rogaba por su liberación.

De nuevo nos encontramos con la cripta ocupada por una misa. Mientras terminaba, volvimos a recorrer la basílica y, a falta de poder impresionarnos con la gran paloma, la Shekinah, que ocupa la vitrina principal de la cúpula, nos detuvimos en observar con detenimiento sus capillas. En una de ellas, nos maravillamos con las exquisitas obras que representan, a la derecha, a María Magdalena, y la izquierda, a su hermana Marta.

Todo el templo está dedicado a Magdalena, pero es la estatua que da paso a la cripta la que me atrapó desde que la visité por primera vez, en 2019.

Delante de María Magdalena, frente a la entrada de la cripta.

Allí, solo unos minutos después de haber estado frente a una calavera que no me dice nada, la maestra me habló:

“Aquellos que vinieron en mi busca deseaban encontrar lo que les asiera a la fe y, aunque mi cuerpo no fue el hallado, sí me hallaron a mí, porque, ciertamente, en ellos moraba ya.

Desde aquellos días, no se ha desviado el camino, más si la energía vibracional de los que acuden en mi búsqueda en este altar.

No somos portadores de la llama eterna hasta que encontramos el Grial, y ese objeto no es tal. Es la llama eterna en cada portal encarnacional la que se enciende cuando vives por la Divinidad.

Así vivimos nosotros, y los que os encontráis bajo este umbral podéis seguir esa senda. Buscad en cada portal. Cada uno es un portal sagrado. Ahí me encontraréis a mí, la Madeleine, en cada portal que encarnáis.

Y no temáis desviaros más. En cada templo a mí dedicado está un trozo pequeño de la verdad. La forma es indistinta para cada portal.

Más no veáis que sólo soy la forma. En ese envase no se halla ninguna verdad.

Marie Madeleine”.

Magdalena nos llama portales. Para ella, cada ser es un portal, y nos recuerda que en los huesos de Saint Maximin no se halla su verdad, pero sí está presente su energía en cada templo a ella dedicado.