La Francia del corazón crístico femenino -y 4ªparte

El misterioso Rennes Le Chateau y Montsegur sagrado

Nuestro último día de peregrinaje se presentaba como uno de los más mágicos. Era domingo e intuimos que podría haber mucha gente en el pueblo más misterioso de toda Francia. Rennes Le Chateau. Todas las leyendas que rodean a esta pequeña localidad que se sitúa en lo alto de una colina están relacionadas con el supuesto tesoro que su párroco, Berenger Saunier, encontró en un pilar de la iglesia mientras la reformaba en 1891. Lo que contenían los pergaminos encontrados en ese pilar forma parte también de la leyenda, pero aquellos que seguimos las pistas de los cátaros y de María Magdalena sabemos que tiene relación con su linaje, la descendencia de Yeshua y su amada.

En Rennes Le Chateau, todo gira en torno a la iglesia de María Magdalena.

Rennes Le Chateau es objeto de visita de grupos espirituales desde hace muchos años. Esta era mi segunda vez en el pueblo donde se para el tiempo y quería disfrutarlo sin tener que mirar el reloj. A través de su pintoresca calle central, donde la flor de lis aparece en cada pared junto a las cruces y símbolos cátaros, nos encaminamos a su iglesia.

Calle que conduce a la iglesia de Rennes Le Chateau.
Rincón con la cruz cátara, en Rennes Le Chateau.

Llamar iglesia a este reciento repleto de curiosidades y contradictorias imágenes parece extraño. Allí los ritos que tienen lugar son totalmente paganos, y son los que llevamos a cabo quienes seguimos una espiritualidad que nada tiene que ver con el catolicismo. Buscamos a la maestra María Magdalena en la iglesia de Rennes Le Chatau, y allí, lo que encontramos es un secreto muy protegido, tan protegido que no puede acercarse a él quien no tenga un corazón puro. Incluso la oscuridad del templo indica protección, como el diablo Asmodeo que recibe en la puerta de la iglesia que Sauniére dedicara a María Magdalena.

Fachada de la enigmática iglesia de Rennes Le Chateau.
Asmodeo, en la entrada, como guardián protector.

Al entrar en el templo, nos sorprendió la escasez de luz. El altar estaba totalmente en penumbras. Frente a él, donde destacan las imágenes de unos supuestos María y José cada uno con un infante en brazos, y después de ofrendarle una hermosa rosa rosa a María Magdalena, la llama gemela de Yeshua nos dijo:

“Alabados sean los que vienen a mí a buscar la paz de su corazón y la verdad de su vida.

No te sientes pequeña ante mí, ni en este templo. Todo lo sagrado se puede tocar. Más no se traspasa esta barrera si no se acude a la verdad desde la sintiencia pura del amor. Y cuando sientas que tienes que buscarme, sólo mira tu corazón. Allí tienes la verdad que buscas”.

El altar de la iglesia de María Magdalena es un lugar muy protegido por los seres de luz.
Nuestra rosa de ofrenda a María Magdalena.

Todo lo que construyó el extraño sacerdote en Rennes Le Chateau con el dinero recaudado por mantener en secreto el contenido de los documentos, hallados en el pilar visigodo de la iglesia, hace referencia a Magdalena. Villa de Betania fue el hogar que compartió con su ama de llaves y compañera de vida, y la Torre de Magdala, la biblioteca que levantó a similitud de la que se halla en el pueblo de Magdala.

La Torre Magdala alberga una biblioteca en su interior.
Desde el invernadero de Villa Betania se contempla una bella panorámica.

Después de recorrer el museo Sauniére y sus hermosos jardines repletos de rosales y deslumbrarnos con las vistas desde la Torre Magdala (una panorámica de casi 360 grados sobre los valles y montañas, incluido el enigmático Bugarach), decidimos volver a la iglesia para contemplar la extraña secuencia de santos que forman con sus iniciales el término GRAAL.

Fue un entrar y salir, porque la iglesia estaba ocupada por un grupo de mujeres que cantaban y tocaban un enorme cuenco en forma de grial, y sentimos que no teníamos que estar allí. Justo en ese momento fuimos testigos de un acontecimiento que nos daría la confirmación de lo que habíamos percibido al llegar: alta protección de lo que hay dentro.

La Madeleine de la iglesia de Rennes Le Chateau.

Salimos del misterioso Rennes Le Chatau con la sensación de haber sido testigos de algo muy grande. Nuestro destino, y etapa final del peregrinaje, era el sagrado Montsegur.

Almorzamos en una bonita zona de descanso con la vista del castillo de Montsegur sobre nuestras cabezas. Su impresionante silueta quita el aliento. La peña aislada donde se ubica es uno de los grandes lugares espirituales de la tierra, conocido por el sacrificio de los 220 cátaros que se entregaron a las llamas en marzo de 1244 por no renegar de su fe, después de 10 meses de asedio por parte de las tropas del rey Luis IX, bajo el papado de Gregorio IX ( la cruzada contra los cátaros fue convocada por el papa Inocencio III en 1209).

El castillo de Montsegur domina el pico, de 1.207 metros de altitud.

A pesar de este sacrificio, la energía que envuelve Montsegur no es densa ni de sufrimiento. Al menos, no lo es en toda la montaña, sino en puntos específicos. A la izquierda de la entrada al camino que sube al castillo se encuentra la estela eregida para conservar su memoria. La dejamos atrás para ascender con emoción la montaña.

Inicio del camino de ascensión al Montsegur.

No es un camino sencillo. Por tramos se hace difícil la pisada, a pesar de que se han colocado tableros a modo de escalones. Aún así, nos resultó fácil subir. Mientras poníamos un pie delante del otro invocamos el descenso de la luz divina sobre nosotros y reafirmarnos nuestro deseo de dejar nuestro ego atrás para entregarnos, total e incondicionalmente, al propósito de nuestra alma. Como los cátaros, hicimos voto de convertirnos en vehículos de luz.

Ya estaba avanzada la tarde cuando penetramos en el castillo, cuya construcción fue ordenada por los predicadores cátaros, de forma pentagonal y que era, para la comunidad, un templo iniciático y de meditación. Tuvimos la suerte de no cruzarnos apenas con nadie y poder movernos a nuestras anchas por el interior de la construcción y por el área donde se ubicaba el castro donde vivían los cátaros.

Es impresionante poder adentrarte en soledad en el interior del castillo.
El castro o poblado cátaro se ubica en la parte posterior.

Yo recordaba el lugar exacto donde, la primera vez que lo visité, sentí la mayor sensación de paz. Hasta allí me dirigí para estar unos minutos en meditación. Y esto llegó:

“El camino bueno es el camino tras perdonar. Y el perdonar transforma cualquier clase de maldad. Aún la desconocida se puede, orando, transformar.

Vive cada día en la pureza de corazón de esta Hermandad. Vivimos y amamos y aquí eso vibra aún. El sacrificio sólo fue una experiencia más. No somos eternos sólo por amar, somos eternos al avanzar en Unidad.

Vive cada día en Hermandad.

Cátaros y hermanos te saludan. Ve en paz”.

En el lado este, justo bajo el castillo, encontré el rincón con la energía más serena.

Cuánta sabiduría en ese pueblo de seres de conciencia elevada. Nos maravillamos al recorrer el perímetro del castillo y notar los vórtices de energía en lugares muy precisos. No es de extrañar si tenemos en cuenta que las paredes y aberturas fueron realizadas siguiendo una serie de alineaciones con los signos del zodiaco y las constelaciones.

En el interior de la torre del castillo hay un poderoso vórtice de energía.

Bajamos con la luz del atardecer. La tarde estaba nublada y fría, pero no quisimos despedirnos sin hacer nuestro agradecimiento a las almas cátaras en la estela conmemorativa. Su entrega formó parte de la trasmisión de la consciencia crística a la Humanidad. Sus enseñanzas, las enseñanzas que les legó María Magdalena, a la que veneraban como el cristo femenino, quedaron plasmadas en la memoria colectiva.

Honrando la entrega y la iluminación de las almas cátaras en la estela de reconocimiento.

Nos quedaba aún energía para un paseo por el pueblo de Montsegur. Su museo ya estaba cerrado, pero no queríamos dejar de ver las casitas de este antiguo cantón, con su típico aspecto arquitectónico. Entre las estrechas calles, únicamente se oía el correr del agua en los tres lavaderos que encontramos. Todo invitaba al recogimiento.

Salimos de Montsegur prometiendo volver, porque allí todo nos recordaba a una vida pasada, y esas memorias pulsan por salir cuando pones intención y luz.

Aún nos quedaba una última noche en nuestra aldea. La mañana de nuestra partida amaneció envuelta en niebla, la misma niebla que protege siempre a los lugares sagrados, y con una buena lluvia, así que no pudimos mirar hacia atrás para despedirnos de Rennes Le Chateau, majestuoso allí en su colina, pero nos despedimos con una sonrisa, porque sabemos que “todo es perfecto”.

Occitania nos despidió envuelta en niebla.

Este peregrinaje al corazón crístico femenino ha sido un viaje al pasado en presencia y un trabajo energético bello y poderoso. Cada día fue un sumar de símbolos, códigos, mensajes y recuerdos. Tanta magia nos hizo reírnos un día a carcajadas a mi sabia hermana mayor y a mí.

Ya en casa, y con el paso de los días, aún siento que parte de mi alma sigue allí, así que he aprovechado para escribirlo todo antes de volver a poner toda mi energía en el día a día. Sólo puedo decir que el agradecimiento por lo vivido es inmenso y que el Sagrado Femenino ha encarnado en mí de una forma que no podré alcanzar a explicar ni con palabras ni con gestos.

Bendiciones.

Helena Felipe.

Por fin, el sur de Francia (y 2)

3er DÍA: MONTSEGUR – RENNES LE CHATEAU – CARCASSONNE

Llegó el día que esperaba con más emoción. Montsegur, la mega antena energética de la Tierra, era nuestro primer lugar de visita ese 22 de junio (4-6-12= 22, en numerología). La esencia de lo Femenino Sagrado que porta el número maestro 22 nos acompañaría durante la jornada más espiritualmente hermosa de todo el viaje.

¡Conocía tanto sobre Montsegur!, ¡había leído tanto sobre el lugar en el que más de 200 cátaros se entregaron a las llamas por no renegar de su fe! Al fin iba a su encuentro, totalmente abierta a lo me deparara uno de los más grandes lugares espirituales del planeta.

El pog de Montsegur, con 1.200 metros de altitud.

Llegamos a la base del peñasco (pog en francés) donde se ubica el tristemente famoso castillo en una soleada y bonita mañana del recién estrenado verano. Advertíamos que el ascenso hasta los restos de la fortificación no iba a ser fácil. Los 1.200 metros de altitud aparecían ante nosotros como un gran reto, además, en el grupo había personas que por incapacidades físicas no podrían subir la montaña. Nos reunimos todos, los que íbamos a subir y los que no, en la base del peñón, justo donde un gran laurel marca el inicio del camino, para hablar de lo que ocurrió en este enclave de la historia y de cómo conectarnos con las almas de los cátaros y con la esencia del lugar.

Reunión de grupo en la base de la montaña, antes del ascenso.

Se ha escrito mucho sobre el asedio al castillo de Montsegur (duró 10 meses), organizado por el papa Inocencio III para acabar con la llamada herejía albigense, que había comenzado en 1208 y que se desarrollaría en dos períodos. Fue el 16 de marzo de 1244 cuando finalizó, tras la entrega a las llamas de 220 seres, hombres, mujeres y niños, por no querer renunciar a su fe, una fe que se basaba en las enseñanzas de Jesús y María Magdalena, una fe que se adscribía a los valores del servicio a los demás, la compasión, el perdón y el amor puro. Pero pocos conocen que aquel sacrificio fue un acto de entrega de una familia de almas puras, con el objetivo de trasmitir la consciencia crística que portaban al resto de la Humanidad.

Nosotros éramos conscientes de esa elevada acción y nos propusimos realizar nuestro pequeño acto de entrega al subir la montaña, dejando atrás nuestros egos para que nuestros cuerpos recibieran de forma incondicional a nuestras almas.

Nos lanzamos al camino con tanta premura que apenas reparamos en la estela conmemorativa de la hoguera que se levanta al lado izquierdo, justo en frente de lo que llaman el “campo de la hoguera”. Los compañeros y compañeras que habían decidido no ascender la montaña quedaron en esa zona, haciendo el trabajo que sus almas les requería. Los demás emprendimos el ascenso por el estrecho sendero que atravesaba un bosque frondoso y húmedo, de tierra oscura y formado por hayas y robles, avellanos y todo tipo de arbustos propios de los humedales. Era un espectáculo para los sentidos.

Inicio del camino de ascenso al castillo de Montsegur.

A mitad de camino alcanzamos la taquilla donde se paga  la entrada al castillo (4,5 euros para grupos). A partir de ahí, el camino se hacía mucho más escarpado, no había árboles ni sombra, por tramos era solo roca, y el desnivel ya era importante. Cada paso lo sentí como un pequeño sacrificio. Sí, ese era el sacrificio para purificar mi ser. Con cada paso pedía disolver mi ego y que la luz divina del lugar me inundase. Fue duro, tan duro como es llevar al día a día los valores espirituales que pretendemos para nuestra vida. Los cátaros los aplicaban en su rutina, eran coherentes con todo lo que promulgaban y, esa coherencia, esa forma de vivir en el amor, es lo que han dejado plasmado en la memoria de la Humanida

Entramos por la puerta principal suroeste al castillo. Desde allí se puede admirar un maravilloso paisaje: el pueblo de Montsegur a la izquierda y los verdes montes del Pays d’Olmes en toda su extensión.

Paisaje desde la entrada suroeste.

Nos desperdigamos entre las ruinas de aquella construcción diseñada por los predicadores cátaros en forma pentagonal, y que, además de como fortaleza contra las energías de la oscuridad, funcionaba como templo iniciático y observatorio astronómico. De hecho, algunas de sus paredes y aberturas estaban realizadas siguiendo una serie de alineaciones con los signos del zodiaco y las constelaciones.

Señalando donde cae el rayo de luz que se filtra por la abertura de la pared durante el solsticio de verano.

Impresiona estar allí arriba y pensar que, al principio del siglo XIII, más de 500 personas vivían en un lugar tan escarpado, en pequeñas cabañas que colgaban de la montaña en varios niveles, sin fuentes, y con toda una estructura de talleres, cisternas y graneros.

Me escapé un momentito hasta el extremo más oriental de la parte posterior, justo debajo de lo que era el muro de defensa, para conectarme en silencio. Sentí tanta paz, tanta calma, que se me hacía extraño recordar lo que allí había ocurrido.

Me senté a meditar un ratito justo debajo de la zona de defensa del castillo.

Al tocar con mis manos la zona de la glándula pineal, como parte del habitual gesto de saludo, bendición y agradecimiento que suelo hacer, vi un triángulo de un eléctrico azul en mi mente. No sabía qué significaba, pero, más tarde, durante el descenso unos compañeros, Juan y Mari Jose, me contaron de una hermosa mariposa azul que revoloteaba a su alrededor.

El camino de vuelta hacia la base de la montaña lo hicimos con alegría, con una grata serenidad en los corazones. Estábamos más livianos, como si hubiéramos dejado una pesada carga en el ascenso. De hecho, varias personas bajamos entonando una melodía desconocida. Fue mi caso, pero no supe que otras personas también la habían escuchado y cantado hasta unos días más tarde. Estoy convencida de que la luz de las almas amorosas que allí se entregaron penetró en nosotros.

Durante el descenso parecíamos más livianos.

Cuando volvimos hasta la estela que se erige donde se quemó a los cátaros para conservar su memoria, pusimos nuestras manos alrededor de la piedra y oramos y agradecimos su sacrificio, un sacrificio que creó una onda de amor incondicional recibida por todo el planeta. Allí, en Montsegur, esa vibración es de pura sanación, es un rayo verde que nos atravesó a todos.

Estela conmemorativa del acto de entrega de la familia cátara.

En el autobús rumbo a Rennes Le Château compartimos algunas de nuestras sensaciones. Tanta emoción, tanta belleza, tanta paz nos habían conmovido profundamente.

El paisaje a través de las montañas en ruta era precioso, y nos abandonamos a él hasta llegar al pueblo más misterioso y sorprendente de Francia. Rennes Le Château es visitado por todos los que buscamos pistas de la herencia espiritual de los templarios, los cátaros y su relación con María Magdalena.

Fuente en la plaza de Rennes Le Chatêau.

Es un pueblito pequeño y muy pintoresco. La calle principal alberga varias tiendas de souvenirs y fachadas con todo tipo de símbolos. La localidad fue un lugar sagrado celta y estuvo habitada por los visigodos antes de ser un referente cátaro. Se afirma que allí vivió el rey merovingio  Dagoberto II, así que desde el siglo V está asociada al linaje de Jesús y Magdalena (sobrevivió en el sur de Francia en el seno de una comunidad judía y se alió matrimonialmente con el linaje real de los francos en el siglo V dando lugar a la dinastía merovingia).

El edificio que ocupaba el primer lugar en nuestra lista de visitas era la famosa y emblemática iglesia de María Magdalena. Templo visigodo del año 1059, fue reconstruida en 1891 por Berenger Sauniêre, el párraco de aquel entonces.

En la puerta de entrada de la Iglesia aparece en español «Santa María Magdalena».

Durante las obras, se encontraron, en un pilar visigodo, unos documentos que, desde entonces y hasta la fecha, constituyen un gran enigma. Se habla de un tesoro que, fuese lo que fuese, reportó a Sauniêre una gran fortuna, fortuna que le sirvió para construir Villa Betania, la mansión donde vivió hasta su muerte, y la Torre de Magdala, donde creó una biblioteca.

Lo cierto es que todo en Rennes Le Château gira en torno a la figura de María Magdalena. En su iglesia, lo primero que sorprende es su nombre escrito en español en la puerta de entrada, justo pasada la cual encontramos al demonio Asmoneo, el guardián del tesoro del Templo de Salomón.

El diablo Asmoneo, a la entrada de la iglesia.

Encima, en la pila bautismal, hay cuatro ángeles, cada uno haciendo una parte de la señal de la cruz para someter al diablo. En la capilla, varios santos iniciáticos que se repiten en muchos de los templos dedicados aMaría Magdalena: San Antonio, Santa Germana y San Roque. Hay huellas de la amada de Jesús por todas partes, pero es en el altar donde vemos la más importante: lo que parecen ser una Virgen María y un San José son, en realidad, María Magdalena y Jesús, cada uno llevando a un niño/a en sus brazos, en clara referencia a los hijos de la pareja sagrada.

La pareja sagrada cada uno con un niño en brazos.

Allí, delante del altar, de nuevo en círculo, realizamos un pequeño rito eucarístico. Compartimos el pan y el agua, tomando conciencia de que la energía crística es absorbida en nuestras células, y rezamos la oración de referencia para la familia cátara: el Padre Nuestro, la oración que contiene todo lo que necesitamos para hacer el Cielo en la Tierra.

Ante el altar de la iglesia de Rennes Le Chatêau.

A pesar del poco tiempo del que disponíamos, visitamos los lugares más significativos de Rennes: la codificada iglesia de María Magdalena renovada por Sauniêre, el museo que alberga villa Bethania y la Torre de Magdala, ambas rodeadas de cuidados y exquisitos jardines donde el precioso día nos tentaba a dejar pasar el tiempo meditando o, simplemente, sintiendo la deliciosa energía. No descubrimos el tesoro material que se busca incasablemente desde los años 60 (tampoco era nuestro objetivo), pero sí fuimos conscientes de que en Rennes Le Chatêau se esconde algo sólo a la vista de los que tienen ojos para ver.

Torre Magdala, en Rennes Le Chatèau.

Era hora de volver a la realidad. Nos esperaba Carcassonne, la hermosa ciudad medieval cuyo conjunto arquitectónico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por  la Unesco en 1997 y donde también está impresa la huella de María Magdalena.

De hecho, sin buscarla, nos hallamos ante la puerta este de la Ciudadela, la puerta Narbona, justo en la que se alza una estatua de una mujer embarazada que recuerda a la María Magdalena en miniatura de la Biblioteca Nacional de París, con vientre abultado y en las manos una copa y un libro. Magdalena nos daba la bienvenida.

Imagen de María Magdalena, en la puerta este de la Ciudadela.

Nos adentramos en el bullicio de la Cité por la puerta este, rumbo a la Basílica de Saint Nazaire, de estilo románico-gótico, alzada entre los siglos XI y XIV, justo en el centro histórico de Carcassonne. Justo al llegar a su puerta principal, nos sorprendía otra boda (era la segunda que veíamos, claro que el primer sábado del verano, justo tras el solsticio, es un día muy propicio para comprometerse con el ser amado). ¡Qué señal de bendición más hermosa!

Entrada principal de la Basílica de Saint Nazaire.

Dejamos que salieran los novios y sus invitados y entramos en uno de los templos más majestuosos de la Francia meridional. Había bastante público y no resultaba cómodo desplazarse dentro de la Basílica en busca de lo que nos hablase de María Magdalena. ¡Hay tantísimo que observar! Nos dirigimos hacia el lateral derecho. De nuevo, Juana de Arco y el Sagrado Corazón de Jesús, pero lo que nos atrapó fue un tapiz que, sin duda, en su tiempo tuvo que ser considerado impúdico: una bella virgen dando de mamar a su hijo y mostrando el seno. Era una imagen igual de hermosa que inusual. Bravo por el autor y bravo por las autoridades eclesiásticas que la mostraban abiertamente en un templo católico.

Vitrales del coro de la Basílica de Saint Nazaire.

Los vitrales medievales de Saint Nazaire son espectaculares. Los ubicados en los laterales del coro están dedicados a los árboles generalógicos de Adán y Eva y de Jessé, ancestro de Jeshua. El central, del siglo XIV, representa la vida de Cristo. Pero, de nuevo, fuimos atrapadas por la belleza de dos imágenes femeninas. Justo bajo el gran rosetón norte, el que representa la ascensión de la Virgen, Santa Anna con su hija María y una virgen doncella en la que muchas vimos la dulzura de Nuestra María Magdalena.

Santa Anna, con su hija María.

Recorrer un templo con tantos símbolos requiere de un tiempo del que no disponíamos y se acercaba la hora de salir a las callejuelas repletas de tiendas, de vida, del calor del estío. Decidimos que la intuición nos guiara, y así descubrimos esquinas y cruces de ensueño. Fotos aquí y fotos allá, una debajo de este arco, otra en las almenas (a ver qué paisaje hay debajo), mira esa torre y ese pasadizo, a no, por aquí no se puede entrar…

Murallas de la Ciudadela de Carcassonne.

Qué divertidos momentos; parecíamos niñas felices con su excursión. De hecho, mi niña interior me llevó a lanzarme a una pequeña parcela repleta de flores y, cuales paparazis, mis compañeras dispararon sus cámaras por este lado y por el otro para inmortalizarme como una pequeña duende.

Aquí estoy, la duende, en el pequeño prado de flores y espigas de la Ciudadela.

El día tocaba a su fin en Carcassonne. Por la noche, algunos impertérritos del grupo se aventuraron a descubrir la panorámica nocturna de la ciudad de cuento.

4º DÍA: ARQUES Y PERILLOS

El viaje tocaba a su fin en tierras francesas, pero ese domingo disponíamos de las horas de las que, el resto de días, no habíamos dispuesto. Con media hora de antelación sobre el horario de apertura, nos plantamos frente a las puertas del castillo de Arques.

Dice la leyenda que Arques (“arca”, como el Arca de la Alianza) es tierra santa porque fue el receptáculo de la palabra de Jesús, y fue allí donde María Magdalena edificó una escuela de conocimiento a partir de la cual se expandió la palabra divina. Los que de allí aprendían hablaban con el amor y la verdad en la boca.

Esperando a la entrada del Castillo de Arques.

No podíamos dejar de visitar el castillo templario de Arques, uno de los más bellos de la ruta del País Cátaro, en el Aude francés. El paisaje que rodea esta construcción del siglo XI está formado por montes y bosques de pinos, hayas, robles, encinas y castaños. Este espectacular paisaje nos acompañó durante todo nuestro recorrido por los Pirineos orientales.

Después de media hora de fotografías de grupo ante el castillo, se abrieron las puertas. Teníamos para nosotros solos aquella obra maestra del arte gótico construida bajo los principios de la geometría sagrada. Nada más entrar en el recinto amurallado nos sentimos rodeados de una bonita energía.

Torre del Homenaje, en el Castillo de Arques.

Situada en el centro del castillo, una alta torre de más de 20 metros, la Torre del Homenaje, que nos atraía irremediablemente hacia su interior. Está perfectamente reformada y enseguida nos dimos cuenta de que era un lugar muy especial. Subimos entusiasmados por la escalera de caracol que daba acceso a las cuatro plantas. En la primera, una preciosa ventana decorada nos hacía retroceder a aquellas épocas en las que las doncellas esperaban junto a ellas a sus amados caballeros.

Ventanal de la vigía en el Castillo de Arques.

Seguimos la ascensión disfrutando de cada uno de los rincones de la torre del homenaje: las aberturas de defensa, las torrecillas de vigía, los ventanales en arco…hasta llegar a la cuarta planta, la última, la que tenía el salón más amplio y sencillo, al parecer, la de defensa. Allí se detuvo el tiempo para siete de nosotras. Sentíamos tanto paz, tanta dicha, tanta luz en aquella sala que no podíamos irnos. Acabamos formando un pequeño círculo, con los pies clavados al piso. Compartimos lo que nos hacía sentir el lugar y todas coincidíamos en la serenidad y belleza, en la luz que se desprendía de él. Charlamos y reímos durante casi más de una hora.

Última sala de la Torre del Homenaje, donde se nos detuvo el tiempo.

Cuando reparamos en el tiempo, ya era hora de marchar. Sin duda, allí había magia, quizás por el hecho de haber albergado, según se dice, uno de los libros sagrados de los esenios, con las claves y llaves reservadas para la Nueva Humanidad: el Libro de las Pócimas. 

Vista del patio interior del Castillo de Arques.

Qué pena nos daba dejar el Castillo de Arques, pero había que poner rumbo a Cucugnan, donde nos esperaban para el almuerzo. De nuevo, el camino nos deleitó. Con nuestro pequeño autobús, nos adentramos en una estrecha carretera que atravesaba los Pirineos orientales dejándonos imágenes imborrables. Verdes y frondosos bosques flanqueaban la vía, por la que solo cabía un vehículo, hasta desembocar en los precipicios que culminaban imponentes castillos como el de Peyrepertuse, a 800 metros de altura, y el de Quéribus, a 728.

Entre las dos fortificaciones, Cucugnan, otro pueblo de cuento, con sus viñedos y su molino, en medio del paisaje montañoso.

Paisaje desde Cucugnan, en los Pirineos orientales.

Tras comer en esta bonita localidad, volvimos a la carretera de montaña. Nuestra meta eran las ruinas del castillo de Perillos, para algunos un lugar de poder asociado a leyendas y sucesos. No es de los que aparecen en las rutas turísticas, es más, solo suele ser visitado por los “friquis” que investigan los enigmas que rodean al famoso cura de Rennes Le Chatêau, Berenger Sauniére. La causa es que Sauniére, antes de morir sin dar a conocer su tesoro, mandó confeccionar una maqueta en la que marcó las sepulturas de Jesús y de José de Arimatea, y todos los puntos de esa maqueta se corresponden, punto por punto, con el paisaje de Perillos.

Tanto el castillo como toda la zona de Opoul-Périllo es considerada un enclave misterioso. Es más, se dice que en la cima de la colina donde se yergue el castillo, habitó María Magdalena en una choza.

Desde las ruinas del Castillo de Périllos se observa toda Salvatierra.

Hasta las ruinas del castillo llegamos. Una vez más, ascendiendo el más dificultoso de los caminos que había, como nos sucedió durante todo el viaje. Pero subimos, y allí fuimos testigos de la grandiosidad de la meseta de Salvatierra que se une con el mar Mediterráneo.

Ruinas del Castillo de Périllos.

Todo parecía muy salvaje y abandonado, pero las grandes dimensiones nos hicieron evocar una época de esplendor de lo que fue una guarnición real que defendía lo que fueron tierras catalanas. Quizás por estar en su propia tierra, una de nuestras catalanas, Carol, se arrancó a entonar unos hermosos armónicos en una de las estancias del castillo en ruina. Fue otro momento mágico, de sintonía y recompensa tras el esfuerzo. Gracias, gracias, gracias, hermana.

En el interior del Castillo de Périllos.

Las tierras de Périllos formaron parte, en tiempos del imperio romano, de un vasto dominio que perteneció a la familia narbonesa Próculo, y una de las hijas de esta familia fue Clauida, la esposa de Poncio Pilatos, que se convirtió al nazarismo y llegó a ser íntima amiga de María Magdalena. Así que era muy pausible que se refugiara aquí, entre las piedras blancas de sus montañas.

También los cátaros, en su exilio, atravesaron los Pirineos hasta llegar a Cataluña. Ese camino es llamado el Camino Els Bons Hommes.

Carretera que atraviesa los Pirineos orientales.

No sé si recorrerlo nos habrá hecho a nosotros buenos hombres y buenas mujeres, pero, sin duda, ha transformado nuestro nivel de conciencia. Cuando emprendimos el viaje éramos unos y, ahora, somos otros. Somos los bendecidos eternamente por María Magdalena, quien, en su despedida nos dijo: “Amaos, hijos de la luz, amaos”.

Helena Felipe