El único pecado

La gran pecadora. Así ha pasado a la historia la figura de María Magdalena, gracias a los primeros padres de la Iglesia que, en el siglo IV, decidieron dejar fuera del Nuevo Testamento los testimonios escritos que dejaban constancia de su importante papel como esposa y amada de Jesús, como sucesora de sus enseñanzas y como apóstol de apóstoles.

Sin embargo, el gran y único pecado de Magdalena fue ser un espíritu libre que rompió con las reglas del judaísmo recto y limitante en el que nació y se crió.

Desafió las estrictas normas que regían en tiempos de Judea y rechazó un matrimonio concertado. Se alejó de su familia para iniciar el camino que le dictaba su corazón y seguir los pasos de Jeshua como mujer independiente.

Su inteligencia, sabiduría, personalidad magnética y capacidad para atraer a quienes la escuchaban le conferían un poder que, los hombres de la época y los padres de la Iglesia, consideraban peligroso. Entendían que podría dominar al maestro, al hijo de Dios.

Magdalena se mostraba segura ante los hombres y tenía cualidades de dirigente. Gozaba de autoridad y le sobraba entusiasmo. Además no le importaba el qué dirán, así que no concedía energía a las habladurías.

Rompió con las convenciones y normas patriarcales de la época para seguir su intuición, la voz del alma que reside en el corazón. Ella era un ser libre. Ese fue su pecado.

Helena Felipe